Nunca un artículo fue tan culpable. En septiembre de 2011 el PSOE y el PP acordaron reformarlo. Al modificar la ley estaban priorizando el pago de la deuda frente a los derechos y las necesidades de las personas. En nombre del artículo 135 nos convirtieron en rehenes perpetuos de la economía neoliberal. Ambos partidos eran conscientes de que estaban entregándonos a una acreedora empresa financiera, sin rostro ni sede social, a la que no le importa si nuestro país devuelve o no el préstamo con intereses. Saben que hacerlo es imposible. No es una cuestión de honor, de moral ni de lógica económica. Lo que impera es el dominio del mercado, la ludopatía financiera, los modelos de negocio de las agencias de calificación. Ellos son los artífices de esta renovación sanguínea del capitalismo y su determinante victoria sobre cualquier ideología y la vieja filosofía de la Ilustración. El artículo 135 es la sartén que tienen por el mango, y en la que llevamos seis años siendo cocinados a fuego lento y con mucha sed de justicia social.

El yugo de ese artículo es el que ha vuelto a convertir Madrid en escenario de una batalla contra la condena de tener que sobrevivir en medio de una generalizada precariedad. Laboral -los salarios se han convertido en una pobre peonada empresarial a cambio de entrega y sumisión-. Educacional -cada vez es peor la excelencia de la formación en conocimientos, el acceso igualitario a la enseñanza y su aplicación productiva a la demanda real del mercado-. De la Justicia, encadenada al control del poder político de turno que desprestigia la democracia de las leyes. De lo social -las ayudas a los excluidos, a los desamparados y a los dependientes, se han recortado sin escrúpulos morales ni respeto a la dignidad de las personas-.

Hoy domingo un alto porcentaje de ciudadanos, llegados a Madrid desde todas partes, reclama un cambio profundo. Exigen desde la palabra y la emergencia social que cese el expolio y la política tóxica en favor de los privilegios de la clase dominante. La única que está incrementando su patrimonio público y sus beneficios secretos, mientras descalifica nuestro reclamación de un empleo digno, una renta básica, derechos sociales y libertades democráticas. Miles, un millón de voces. Da igual. La cifra debería ser mucho más grande. Tanto como el miedo, el hambre y la astenia ciudadana que transforma en espectadores pasivos a otra gran parte del pueblo (cuyo número será mayor frente a la tensión del clásico del fútbol nacional), a millares de jóvenes que se concentraron horas antes en un botellón de embriaguez primaveral. Hace falta levantarse de la indolencia y del escepticismo para ser y estar más, allí donde la vida reclame una canción, codo a codo en la palabra y en la acción. Incluso reflexionar la puesta en marcha de la desobediencia civil si lo de ayer, lo de hoy y lo de mañana, termina siendo otro efímero golpe de tiempo, otro paisaje de asfaltado silencio después del ruido de una batalla. Igual que sucedió después del sol del 15M. El espíritu de una sociedad, sus acuciantes querencias, sus utopías, no pueden ser el gesto de un fin de semana ni una resistencia que pierda voz progresivamente.

Es indudable que la única revolución que mueve el mundo es la del dinero. La que desde hace siglos ha ido desactivando la conciencia, los movimientos de defensa y de equidad del individuo y del pueblo. En nuestro país, después de la Transición emborronada como la memoria de Suárez, cuya muerte se produjo cuando perdió las huellas de sus recuerdos-, la revolución del dinero es la que ha gobernado con sus viejos trucos de magia. El discurso del estado del bienestar y sus perfectos trampantojos escénicos, junto con el propio desgaste de la conciencia política, producida por el aburguesamiento del pensamiento crítico y la descomposición de las ideologías, abonaron el terreno de la hipnosis con la que nosotros mismos nos hemos traicionado. Byung-Chul Han lo explica en su reciente libro La agonía de Eros: «el sistema neoliberal ya no destruye al individuo desde fuera, lo hace desde dentro»; «el hombre moderno es su propio explotador en la desesperada búsqueda del éxito»; «el hombre se ha convertido en un animal laborans, verdugo y víctima de sí mismo». Es lúcido este filósofo germano coreano. Igual que Marta Sanz en el collage político No tan incendiario donde interroga a la cultura, al conflicto y hace política con la literatura.

Somos el producto de haber aceptado el engaño de los discursos políticos gubernamentales, el decorado de cartón piedra del anterior Eldorado económico y el sutil desarme de la rebeldía social. Esto explica que detrás de la sociedad del conocimiento, de la orgía del ladrillo y de la cultura de izquierdas, hayamos descubierto que lo que realmente hay es una sociedad que no sabe pensar, una corrupción delictiva y extendida en el poder político, una cultura desvalorizada y desequilibrada desde la economía pública, y unos estereotipos que han convertido las reivindicaciones en rebeldía basura con su merchandising.

¿Qué va a ocurrir después de lo de ayer, de hoy y de mañana? La respuesta sólo depende de que sigamos en pie, de que seamos capaces de unirnos y multiplicarnos en una caudalosa cifra de personas y sueños, en posesión de la palabra, de todas las palabras. De pensar y trabajar una nueva filosofía económica factible de transformar en progreso.

Cambiar la realidad también depende de que los políticos sean en primer lugar ciudadanos de a pie, soldados a nuestro lado en defensa de una justa dignidad social. Hay batallas que cambian la Historia empezando por el alma de la gente.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista es

www.guillermobusutil.com