Las modas se inventan para exhibirlas y guardarlas rápidamente en el desván de la chatarrería junto a prendas inútiles, vestidos irrecuperables, trapos inconcebibles y patrones amarillentos de lo que no nunca llegará a ser. El tiempo, luego, viene a rescatar a algunas de ellas con el nombre de vintage y vuelven a cotizarse bajo el dictado de los costureros listos.

En todos los órdenes de la vida, la moda es un puente quebradizo por el que todo quisque tiene que cruzar necesariamente si quiere estar en ese lugar que se le reclama. Una de las actividades donde más se deja ver la marca o la huella de las novedades es el periodismo. Como no se trata de una industria reducida a una única especialidad, sino que estamos hablando de una actividad, un oficio o una industria en forma externa de polígono (cuadrado, pentágono, hexágono, octógono, como mínimo), el periodismo es sensible especialmente a la llegada y éxodo de las modas.

Ya hemos dicho en otras ocasiones que, en lo esencial, el periodismo permanece actualmente fresco y exuberante, tal y como se ejercía hace dos siglos. La piratería irrumpió hace ya tiempo en las redacciones, pero esa es otra historia contra la que ningún imperio ha podido jamás. En todas las profesiones hay filibusteros, y en esta seguramente hay más. Aquí, la mercancía es intangible aunque se palpe por el propio valor de su influencia. El nuestro es un territorio abonado específicamente a piratas, vagos y maleantes. Pero yo no me estaba refiriendo a los ladrones de oído, a los inútiles que asoman la oreja tras el ordenador del compañero para hurtar el trabajo ajeno. A lo que quería referirme es a la incursión de las modas en el mundo del periodismo, a su pretendida influencia en modos y usos cotidianos, en el diseño, en la confección, en las ilustraciones. Un periódico, una revista, un ejemplar de hoy mismo, nada o muy poco tienen que ver con otro ejemplar de hace tan sólo un año o unos meses. El contenido habrá variado poco, si se trata del mismo tema, pero la presentación, o la representación de la publicación, no se parecerán en nada, si acaso en la cabecera. Tienen mucho que ver en estos saltos estéticos los avances de la tecnología, las nuevas herramientas virtuales con las que los artistas trabajan sin solución de continuidad. La imaginación y los colores son artífices de estos cambios profundos a los que se someten los conceptos modernos del diseño. Cuado me asomo a los experimentos de los nuevos creadores „se dan con mayor abundancia en Buenos Aires que en Madrid„ tengo la sensación de que las modas en el periodismo no cesarán nunca. Suerte que, a dios gracias, los valores de la decencia profesional, la honradez, la buena escritura, el estilo, que pelean en otra guerra, no podrán contagiarse de los vaivenes del bueno o el mal gusto con que se ´pintan´ las portadas, las centrales o los grandes reportajes. A veces, le gusta a uno el poder envolvente del cambio. Todo está más claro, más diáfano, aunque generalmente corresponde a temas de menor importancia, pero a veces detestamos el bosque de lo barroco, de lo recargado, porque no nos deja ver los árboles de los contenidos, que son los que realmente nos interesan.

En cualquier caso, es importante, y no desechable, que las modas irrumpan en este periodismo nuestro; que exista periodismo de primavera, verano, otoño e invierno. Con más paginación, con menos paginación, con más interés, con menos interés. Me he fijado, no obstante, en que los grandes diarios, no de España, sino de todo el mundo, recurren a la confección -que es como siempre llamábamos al diseño„cuando se trata de ´vender´ esos temas ´calientes´ que pone a la gente en cola ante los kioskos. Prescinden entonces de las virguerías del diseño de última hora y acuden a los titulares a cinco columnas de toda la vida. Se trata de pequeñas separaciones de matrimonios bien avenidos que algunas veces no se entienden.

Me gusta que el periodismo esté sujeto a las modas. Pero, ojo, sin pasarnos de la raya.

*Rafael de Loma es periodista y escritor

www.rafaeldeloma.com