Pasado mañana culmina en San Juan el septenario a la Virgen de los Dolores, el más antiguo culto cofrade de Málaga. Formalmente, ya no existe el Viernes de Dolores, pero esta archicofradía del Viernes Santo mantiene su ritual. Trescientos años son demasiados para cambiar aunque la reforma litúrgica pasara esa fiesta al 15 de septiembre.

Pocas cofradías viven su función de instituto con tanta o más intensidad y trascendencia que su procesión. Dolores de San Juan es ejemplo nítido. Ello no obedece a que sus reglas así lo hayan establecido reforma tras reforma. Tampoco a una anacrónica vocación de barroquismo. Más bien brota de la ética honesta de asumir naturalmente la tradición auténtica por inmemorial. No todo ha de renovarse, pues sólo de lo antiguo y esencial aprendes de dónde procedes, quién eres.

La Virgen de los Dolores bajo su palio, tan listo su trono, que podría salir ya. El Cristo de la Redención, en besapié ante el Sagrario. El altar de insignias, altivo en su simbología ante la modernidad. Sólo cirios e incienso. Silencio. Trajes oscuros y medallas al pecho. Acólitos revestidos y aleccionados con rigor. Ornamentos litúrgicos del XVIII que la Archicofradía conserva sólo para este día y el Jueves Santo.

Comienza la misa y revive la intrahistoria humana: Ovando, Sanz, Goux, Rubio, Soria. De la bóveda desciende la misma polifonía que en el XIX dirigieron Ocón o Cansino. Ingrávidos, en el aire flotan privilegios papales de Paulo III a Pío Nono mientras resuenan prédicas de los obispos Ferrer y Spínola, fray Justo Pérez de Urbel o el magistral Garrido Orta. En su protestación de fe los cofrades se reconocen a sí mismos para que los chiquillos recién ingresados sepan por qué besan su medalla por primera vez cuando se canta el Stabat Mater a la Señora.

Viernes de Dolores, fiesta grande en San Juan. La familia se reúne engalanada y saca la vajilla de la abuela. Liturgia solemne, añeja. Y al final, el Señor de la Redención sube a su trono en la penumbra transida por el Miserere gregoriano. Entonces, Nochebuena inusitada, sientes que Cristo te renace por dentro para que madure en su cruz el Viernes Santo y tú, cofrade, puedas recoger su fruto en el cirio luminoso de la Vigilia Pascual.