Ha sido un chispazo. Ocurre eso a veces, que te da como un calambre chungo y reaccionas. Escucho a Artur Mas, ya menos, y va y lo suelta en su discurso de Sant Jordi (al que dedicó apenas cuatro minutos simpáticos porque políticamente se había despachado la noche antes en televisión). El análisis periodístico de ese discursillo ha insistido sobre todo en la frase final del president catalán, que contiene una presunta advertencia sobre la determinación del govern en seguir adelante con el órdago de la consulta popular sobre la independencia. «Y lo vamos a hacer», dijo al final de su discurso.

Pero no es ahí lo del calambre.

Un poco antes de ese momento, el líder de CIU recordó a los catalanes la bonita costumbre de regalar una rosa y un libro. Y ahí sentí el chispazo. Artur Mas incitó a regalar un libro y, como un chistecillo cómplice, soltó esto: «y si es de un autor catalán, ¡mejor!», adobado con la correspondiente sonrisita populista en la boca. Una lastimosa ocurrencia, y reveladora, que ha colado como si nada. Podía haber completado el spot identitario diciendo con intención: Consume libros catalanes?

Promocionar la Cultura de la misma manera que se vende un producto agroalimentario de la tierra comporta asumir dos retos bien diferenciados. Consume salchichón de Vich y regala libros de Salvador Espriu. Sería un ejemplo de esa equiparación dolosa, dolorosa. Una buena butifarra y el pan tumaca son productos magníficos. El reto a la hora de promocionarlos para su venta está en partir de su denominación de origen para su universalización, como ocurre con el cava del Penedés en dura y desigual competencia con el champagne francés. Pero el pésimo reto de promocionar la venta de libros de escritores catalanes con criterios nacionalistas, aunque surja de una aparente gracieta, sin más, de Mas, supone un reduccionismo que subvierte a la baja el espíritu de la Cultura, sin fronteras por definición.

Yo, que escribo estas líneas el día del libro, día de Sant Jordi, recomiendo a los generosos lectores de esta columna que también lean y regalen a Josep Pla. O al ya mencionado Espriu. Lean sus poemas, en muchos de los cuales habla de la piel de toro herida de España con versos en catalán. O escuchen alguna de sus canciones en la voz de Raimon. Hacerlo no es ni mejor ni peor que leer o regalar un libro del gigante García Márquez, por aquello de su reciente muerte.

Leer es bueno. Leer algo bueno es aún mejor. Te salva la vida.

Comer salchichón no está mal. Hay que comer de todo, para sobrevivir fundamentalmente. Luego viene el placer de comer y la gastronomía, pero ése es otro cantar, otro yantar. Hay que comer incluso para poder leer. Pero hay que leer para ser más libres. Leer para crecer como personas y para desarrollar el espíritu crítico. Leer y adquirir la dosis de ciudadanía imprescindible para, en defensa propia, detectar las argucias catetas de quienes pretenden convertir el mar en un charco donde hincar sus banderas.