No se puede tener tan escasa educación. «Madrid quiere que titulados de otras carreras puedan ser maestros». Esta demoledora idea que lanzó el presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, no es nueva, una similar fracasó en Estados Unidos, la llamada Teach for America, pero alerta del peligro de las políticas neoliberales en materia de educación que hay a ambos lados del Atlántico y que la sanidad madrileña ya está experimentando con escasa fortuna para los ciudadanos, claro, que no para las grandes multinacionales de la industria médica. Esta medida del inquietante sobrero del PP madrileño encierra una peligrosa acusación sobre la preparación de los docentes, a los que responsabiliza de los continuos fracasos educativos de España que detallan los informe PISA, y trata de alejar del debate ciudadano la realidad diaria de nuestros colegios y universidades. Cierto es que el modelo pedagógico de nuestros centros educativos es contrario al espíritu de las pruebas PISA y al sentido común, por estar demasiado centrado en el profesor como emisor de información y fomentar un aprendizaje memorístico. Pero esta verdad no debe ocultar la política de recortes que el Gobierno y las autonomías están realizando en el sistema educativo español y cuyas consecuencias sufriremos en unos cuantos años.

No lo digo yo, lo sentencian todos los rectores de las universidades de España que, por enésima vez, salieron al unísono esta semana para exigir que el Gobierno y las comunidades autónomas pongan fin a los recortes, que han mermado los recursos financieros de las universidades en más de 1.200 millones de euros. Hoy está asumido por casi todos los economistas, incluso por los más socialdemócratas, que casi todo el bienestar de una sociedad depende del crecimiento de la productividad de la economía y ésta crece cuando aumenta la calidad del capital humano de las empresas y se implantan más tecnologías. Y no todos nacen con ese capital humano, si no que hay que formarlo. De eso se trata. Para alcanzar esta simple fórmula sólo hay que apostar decididamente por la educación en todos sus niveles, pues todo el aumento de la productividad de una economía depende de cuánto se invierta en esta materia. En España, se hace al revés y con la excusa de esta crisis brutal se están cargando la sala de máquinas que debe empujar el tren de la competitividad del futuro, pues mientras los países de nuestra misma división tienen como media una inversión en la educación superior cercana al 1,28% del PIB, España se queda rezagada con una preocupante inversión del 0,86%. Y cada año mengua más y más. Esta errática política (aunque digan que es coyuntural se volverá estructural pues nos hace ahora y en el futuro menos competitivos) provoca, entre otras cosas, la fuga de talentos al exterior al cortarse los programas y las líneas de investigación o que cada vez sea más difícil el acceso a la universidad por el encarecimiento de las matrículas o las dificultades para obtener una beca que tardan en abonar. El resultado no puede ser más desolador y puede provocar que la economía española sólo se estimule de forma cíclica a través de patrones intensivos en mano de obra, como el inmobiliario, pues el talento se habrá fugado, el capital humano de las empresas será menos cualificado, por lo que sus salarios serán más bajos, y la tan manida productividad quedará encallada en los arrecifes de los recortes. Aquí, en Málaga, la economía sabe mucho de esto, pues al empleo de la construcción se le une el ligado al sector turístico, temporal y de baja calidad.

Política equivocada. Ahora que el Gobierno ha encendido la luz dentro del túnel para iluminarnos antes de tiempo sobre la ansiada recuperación económica, la pregunta aún por contestar es sí España estará más y mejor preparada cuando ese anhelo de recuperación sea una realidad que se palpe cuando el ciudadano medio se rasque los bolsillos. La impresión de los rectores es que España estará peor preparada para competir en un mercado global debido a los efectos futuros por los recortes educativos de ahora. En educación, la calidad es directamente proporcional al nivel de financiación y España eligió el camino inverso. A largo plazo se sufrirá esta carencia inversora, pues habrá profesionales peor cualificados que permitan mejorar la productividad de sus empresas y cimentar un crecimiento más sólido que permita a España capear futuras crisis o apostar por un crecimiento económico más equilibrado que no necesite los peligrosos estímulos de la construcción.

Una realidad confirmada. Las pruebas de esta errática política están ahí. Las vemos todos los días. Ninguna universidad española figura entre las doscientas mejores del mundo según el ranking de Shanghái, que las clasifica por su trabajo investigador, por los reconocimientos internacionales obtenidos o por sus publicaciones. Y se corre el peligro que los recortes amplíen más esta brecha con las universidades de otros países de la Unión Europea o con la de los países emergentes de Asia (son ya una realidad educativa). Los ajustes en educación pasan factura a las inversiones. A las plantillas, con un aumento escandaloso de los llamados «profesores asociados» o «profesores en precarios». O que esa política de recortes solo permita a la Universidad de Málaga, por ejemplo, sustituir a 15 de sus 150 docentes jubilados en plena adaptación al modelo europeo de educación superior (Plan Bolonia) ya que el Gobierno impuso una tasa de reposición, que solo permite sustituir con personal fijo al 10% de los profesores e investigadores que se jubilan o causan baja definitiva. O que las carreras científicas sean las que más sufran los recortes cuando es sabido que el 60% de lo que se investiga en España se realiza en la universidad, lo que hace que se pierdan nuevas oportunidades científicas. Enviamos la universidad al desguace.

Este es el panorama de la educación en España, esa que el ministro Wert quiere cambiar a las bravas pero desoyendo el grito de angustia de todos los rectores. Al menos Wert tiene algo más de sentido común que el sobrero del PP madrileño, que piensa que la educación se soluciona poniendo como profesor a cualquier titulado. Si a esta ocurrencia se le suman los rectortes la pregunta de los rectores se contesta sola. El talento, también, al desguace.