Salí de casa a los 14 años. Soy de Gambia. Me escapé sin que mi familia lo supiera. Hasta que mi padre se enteró y viajó a por mí a Bamako, en Mali. Pero me volví a escapar, esta vez hacia Níger. Atravesé luego Argelia de norte a sur hasta llegar a Marruecos, a la ciudad de Oujda. Habían pasado dos años desde que abandoné Bassé, mi pueblo, y el viaje acababa. Así, 25 días después de cruzar la frontera marroquí me subí a una patera. Horas más tarde llegábamos a la costa española.

Siempre vi a jóvenes que viajaban a Europa y que, cuando volvían, traían dinero para sus familias y contaban cómo vivían en mejores condiciones que lo que nosotros conseguíamos trabajando en el campo. Así que en cuanto llegué a España lo único que quería era trabajar, ganarme la vida y poder volver para ayudar en casa. Pero claro, tenía 16 años y, tras pasar por Tarifa, me llevaron a un centro de menores. Además, no sabía ni leer ni escribir. Y sólo sabía una palabra en español: «Hola», porque es el nombre de mi tía. ¿Cómo iba a ganarme la vida así? Así que me puse manos a la obra y empecé a estudiar con muchas ganas en los dos años que estuve en diferentes centros en Torre del Mar y Álora. A los 18 años llegué a Málaga, a un piso de acogida de Prodiversa. Allí empecé un curso de mecánica, chapa y pintura. Y luego hice unas prácticas en las que me pagaron 400 euros al mes.

Aún recuerdo lo impactante que fue volver a casa. Con el dinero que había ganado volví a Gambia para ver a mi familia. Mi padre lloraba, decía que pensaba que nunca me volvería a ver. Vi entonces cómo habían crecido mis hermanos. Y los cuatro meses que pasé allí se me pasaron como cuatro días. Pero tenía que volver para continuar mi camino.

Pasé entonces tres meses en un piso de acogida de Accem, entidad que me recomendó ir a Málaga Acoge, donde me ayudarían a encontrar empleo. Ahí sigo formándome en diferentes cursos y participando en actividades junto a otros jóvenes -como unas clases de inglés- como yo de Marruecos, Senegal y otros países. Mientras, ya me he independizado, vivo con unos amigos y, si todo sale bien, empezaré pronto a trabajar después de unas prácticas que me facilitaron en Málaga Acoge, donde también me ayudaron con la documentación, lo que me facilitará continuar mi camino aquí.

El viaje ha merecido la pena. Y estoy muy orgulloso de mí mismo, del esfuerzo que he realizado para llegar donde estoy. No ha sido fácil, pero me siento contento. En este tiempo he sentido, a veces, el racismo, pero el sentimiento es mucho mayor en otros países que aquí. Y lo digo porque conozco ya muchos lugares del mundo: Guinea Conakry, Gambia, Senegal, Mali, Argelia, Marruecos y España, así que sé de qué hablo. Además, estoy convencido de que casi cualquier racista cambiará de opinión tras conocerme y charlar conmigo. Para mí, lo más importante es dar las gracias porque todo esto haya sucedido de verdad. No tengo palabras para agradecer a la gente de España su acogida, todo el apoyo que me han brindado desde que llegué. Entonces no sabía hacer nada. Hoy, con 21 años, me siento tan formado como si hubiera pasado por la Universidad. Y con un futuro por delante.

Ahora soy uno de esos jóvenes que veía cuando vivía en Bassé, el pueblo en el que me crié. Y puedo pagar el colegio a uno de mis hermanos menores. Su profesor me dice que es muy inteligente y que le busque un futuro mejor que el que pueda tener en Gambia. Ojalá lo tenga algún día a mi lado.

*Muhamadou Baldeh es participante en los programas de Málaga Acoge