La generosidad se entiende como un valor, una cualidad en las personas. No sólo hace referencia a compartir u ofrecer bienes materiales, sino que también se entiende como estar disponible y ofrecer ayuda. La generosidad se suele apreciar bastante en las relaciones sociales, se considera como un rasgo de bondad de aquellos que la ostentan.

Las personas generosas dan, se entregan, ofrecen algo material o simbólico, ayuda, apoyo, un regalo o simplemente una sonrisa.

Bonito gesto el de dar, ofrecer, regalar, incluso sin interés alguno por recibir nada a cambio. Aunque, si preguntamos, la mayoría de estas personas nos dirán que aunque no esperan nada a cambio, prácticamente siempre reciben, y en ocasiones, más de lo que han ofrecido, solo por el hecho de sentirse bien.

Cuando somos generosos, recibimos el sentimiento inmediato de haber hecho algo bueno, de hacer feliz al otro, de contribuir a conservar y cuidar la relación que nos une. ¡Ya estamos recibiendo y ganando!

En palabras de F. Rückert, «la venganza es un placer que sólo dura un momento. La generosidad es un sentimiento que alegra eternamente».

Si el que da recibe, debemos entender que el que ha recibido probablemente quiera, a su vez, correspondernos. La generosidad siempre recorre un camino de ida y vuelta.

La generosidad no termina en el acto de dar sino que va más allá. La generosidad es también permitir que la otra persona pueda mostrarse generosa. El problema es que muchos de nosotros no estamos entrenados para recibir. Presumimos de ser muy generosos porque damos y ofrecemos pero no sabemos recibir o al menos, nos cuesta un mayor esfuerzo. A veces se nos hace difícil porque nos sentimos vulnerables. Frases como «yo no merezco tanto» denotan falta de autoestima; no nos consideramos dignos de que el otro deba molestarse o incluso sacrificarse por nosotros.

Recibiendo podemos mostrar debilidad, parecer que necesitamos ayuda, apoyo? algo del otro. En definitiva, que no somos capaces de algo. En ese caso, ¿deberíamos entender que cuando somos generosos nos consideramos superiores al otro?, ¿que consideramos que no es capaz?, ¿que de una u otra manera, nos necesita? Supongo que no. Cuando los que nos consideramos generosos, damos, no lo hacemos para demostrar nuestra capacidad o nuestra fortaleza, simplemente lo hacemos para ayudar de manera desinteresada, con alegría y teniendo en cuenta la utilidad y necesidad de la aportación a esa persona.

Pero ¿y si la persona que nos devuelve, lo que realmente necesita es ofrecernos su cariño, o simplemente sentirse generosa? La generosidad no solo consiste en dar sino también en permitir al otro que te pueda compensar a su manera y que se sienta bien siendo generoso.

Piensa en una situación en la que alguien quiere pagar, tú rápidamente sacas el billetero diciendo «No, no, ni hablar? pago yo». O cuando ya has hecho una tarea varias veces y el otro se ofrece a hacerlo; respondes: «No, no, si a mí no me cuesta nada hacerlo?» ¿Te sientes identificado?

¿Cómo te sientes cuando una persona abre un regalo que has preparado con toda tu ilusión?

Y entonces, ¿por qué no dejar que el otro pueda sentir lo mismo?

Es muy saludable ofrecer, te hace sentir muy bien. Pero también es muy sano recibir y dejar al otro que se muestre generoso; es una experiencia enriquecedora, de la aprender como persona.

La persona que da debe estar dispuesta a recibir. No debemos limitar la oportunidad de que el otro se sienta generoso, y experimente la satisfacción y alegría que se siente al serlo.

Seamos generosos al recibir y permitamos de manera generosa que el otro también se sienta igual al darnos.

Como decía Plutarco: «Da sin arrogancia y recibe con dignidad».

* Pilar Malpartida es directora de Picuality Recursos Humanos

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