La humanidad ha ido evolucionando a lo largo de los siglos y lo ha hecho de un modo perfectamente escalonado y hasta si se quiere previsible: primero fue el desarrollo agrícola, luego el desarrollo industrial, luego el desarrollo informático. Y finalmente nos adentramos en la Era del desarrollo personal. Tal vez por aquello de que cuando tu cambias, el mundo cambia, pero nunca es al revés. Cuando nos interrogamos sobre las vicisitudes del destino al que nos enfrentarmos, a las dificultades de dar respuesta a nuestras preguntas estamos en el camino de ese desarrollo personal, pero no es menos cierto también que seguimos tendiendo a aislarnos en esa torre de marfíl que es la actual tecnología como grandes dependientes de ella.

Como bien dice Stephen R. Covey, el llamado Sócrates americano: tal vez esto sucede porque se están estableciendo prioridades y realizando cosas que uno no quiere o no necesita en absoluto. Y propone un cambio progresivo que se basa en el equilibrio de los llamados roles. Esto es, en el hecho de que tenemos un rol como individuos, como miembros de una familia, un rol laboral, y un rol comunitario (con su poder relacional) cuyo conjunto da equilibrio a nuestra vida.

Con independencia de los efectos perniciosos de su constante abuso si bien es cierto que la tecnología ha alcanzado un alto nivel de desarrollo capaz de mejorar nuestra vida, no lo es menos que adolece muchas veces de notables carencias: nos aisla. Esto nos impiden abordar un equilibrio entre lo mucho que nos debemos a los demás (rol comunitario) y lo que somos (rol individual, familiar, y laboral) originando a su vez grandes fracasos.