Hay vidas longevas y hojas muertas que simplemente no caen, como les ocurre a los algunos árboles (marcescencia). El secreto de la longevidad del actor Elli Walach, muerto a los 96, estaba en su mirada, que nunca perdió una agudeza (interpretada como maldad) que entraba como un estilete en otros ojos. El de Ana María Matute, fallecida con casi 89, en la fórmula íntima de la novela: atarse a otras soledades mediante la imaginación y la escritura. El de los Rolling Stones, aún pletóricos con más de 70, la complicidad energética con el público, que ellos provocan, captan y retornan. Al final, en todos esos casos de longevidad, hablamos de lo mismo: vidas que aguantan vivas gracias a que se enganchan en otras, y permanecen sujetas a la red electrificada. No es la vida social, que ata sólo, es lo contrario: el chisporroteo entre la parte rebelde y menos sociable de los cuerpos.