Si en algo se ponen de acuerdo los analistas e incluso los políticos es en la necesidad de facilitar el acceso de las empresas al capital para alimentar la insinuada recuperación económica. Pero incluso aquellas con proyectos más sólidos y prometedores tienen dificultades para conseguir financiación bancaria, y las inyecciones europeas de liquidez no han solucionado hasta ahora el problema. Ante tal dificultad, se impone buscar otras vías, y llamar directamente a las puertas del ahorro particular puede ser una de ellas. La emisión de deuda por distintos instrumentos, del bono a las acciones, siempre ha sido una vía para financiar proyectos, y sin ella el capitalismo no se hubiera desarrollado como lo ha hecho.

Pero es también un mecanismo arriesgado para quien apuesta el contenido de su hucha, ya que pude perderlo todo si el proyecto fracasa. Es por tanto necesario disponer de la máxima información sobre la empresa y, según Warren Buffet, abstenerse de invertir en aquello que no se conoce. Llevadas al extremo, tales precauciones ralentizarían el mercado de capitales hasta casi detenerlo, ya que pocos inversores están en condiciones de entender las cuentas de una empresa y los avatares de la actividad en la que opera. Para suplir tal desconocimiento existen las auditorias, que analizan las interioridades de las firmas, y los analistas de inversión, que evalúan el riesgo, además de organismos oficiales encargados de vigilar que no se hagan trampas en los mercados organizados, como las bolsas. Quien invierta en una empresa que no publica auditorias, y que los mercados organizados no admiten en su seno, sabe a lo que se arriesga.

Pero cuando una sociedad como Gowex, que cotiza en un mercado regulado, como es el caso del Mercado Alternativo Bursátil (llamado la «bolsa de las Pimes»), y pasa las necesarias auditorias, revela que sus cuentas son falsas y su valor real es cero pese a cotizar por miles de millones, cuando esto sucede, es que el sistema de auditoría ha fallado y que también lo han hecho los reguladores, y por lo tanto, no podemos confiar en los mecanismos de transparencia del mercado, porque nos venderá el gato del riesgo como la liebre de la seguridad. Se puede alegar que la ascensión estratosférica de una firma de tecnologías de internet debería encender las alarmas de cualquier inversor, pero antes que a nadie debiera haber alertado a reguladores y auditores. Es indispensable emprender las reformas necesarias para evitar este tipo de fallos, de consecuencias catastróficas para la confianza del potencial inversor y, por lo tanto, para las oportunidades de financiación de las empresas, hoy más necesarias que nunca.