Ganar unas primarias con la participación de más de ciento cuarenta mil militantes legitima, sin duda, a Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, más que si su victoria hubiera sido en un congreso a la andaluza, o lo que es lo mismo: a medida.

Recabar más apoyos en la comunidad de su principal adversario, el País Vasco, es señal evidente de que el nuevo secretario general convence más que el profeta en su tierra, Madina, o que a éste se le conoce tan bien que ni allí le quieren. En cualquier caso, las mayorías no se equivocan y si es así podríamos estar ante el líder que el PSOE anda buscando desde que se fue Felipe González. Lo que ha ido llegando después, una etapa para olvidar.

La nueva fórmula de elección de candidatos del PSOE mediante primarias entre sus militantes en ciudades de más de veinte mil habitantes donde sean oposición, en las comunidades autónomas, incluso, para la candidatura a presidencia del Gobierno, acerca el partido a la sociedad. La militancia del PSOE es un reflejo fiel de nuestra sociedad. Por el nuevo modelo merecen ser felicitados en la aspiración de que se extienda al resto de formaciones políticas.

Difícil papel tiene a partir de ahora el elegido por su heroica gesta, fraguada desde las bases y no desde el poder orgánico.

Que Andalucía ha sido clave en su elección es evidente. Que sin el apoyo andaluz hubiera sido más ajustada su victoria, también, pero igualmente hubiera sido victoria. Los compromisos adquiridos por el nuevo secretario general pueden chocar con el PSOE-A. Su intención de ser implacable contra la corrupción le ha aupado al liderazgo, y ahora tendrá que cumplirlo.

De bien nacidos es ser agradecidos, y agradecer a la familia andaluza de su partido el apoyo y, a la vez, mantener su higiénico compromiso se antoja tarea difícil con el partido que ha protagonizado el mayor escándalo de corrupción de la historia democrática: los ERES y sus, hasta ahora, ciento noventa y nueve imputados. Hacer oídos sordos mientras que sus paisanos cuestionan la actuación de la juez Alaya y dilatan la remisión de documentos hasta hacerse necesarios registros judiciales en sedes administrativas tampoco irá en la senda de su programa comprometido más allá de Despeñaperros.

Permitir que el dinero de los andaluces se destine a «tapar» fondos injustificados de la fundación FAFFE o el «cachondeo» de los fondos de formación para parados, destinado a sedes de su partido y mantenimientos de estructuras sindicales afines, chocará igualmente con sus objetivos.

Cumplir su programa contribuirá a afianzar su liderazgo, pero ello implicará un cambio radical del sistema de funcionamiento de su formación en Andalucía, donde muchos «comen de esto», tarea difícil por lo arraigado del sistema, y tendrá que ser implacable con aquellos que lo han llevado a los altares. Hacerlo será de héroe, comulgar con lo establecido, de villano.