El caso Malaya por fin ha hecho escala en el Tribunal Supremo. Un astillero, tal y como lo definió el excelentísimo presidente del tribunal al terminar la vista del recurso de casación interpuesto por la práctica totalidad de las partes, en el que se deben reparar todas las vías de agua abiertas en el estado de derecho por una instrucción deficiente que hizo más loable, si cabe, la ingente labor sentenciadora de la Sección Primera de la Ilustrísima Audiencia Provincial de Málaga. Una sentencia con la que se puede estar de acuerdo o no, pero que a buen seguro fue el fruto de una herencia podrida, un regalo envenenado.

Para muchas personas el caso Malaya puede parecer un yate de lujo, pero desde mi punto de vista guarda más parecido con un portaaviones clase Nimitz porque rara es el arma jurídica que no se ha invocado. Un buque envidiablemente comandado por magníficos letrados como Horacio Oliva, Antonio Ruiz Villén, Rocío Amigo, Julio Perodia, Ernesto Osuna, José Manuel Vázquez y tantos otros que han participado activa y ejemplarmente en llevar esta pesada nave al puerto de la legalidad.

Durante tres días hemos formado parte de la historia judicial española. En el majestuoso salón de plenos del TS han coincidido algunas de las mejores mentes jurídicas de este país, abogados que han expuesto con brillantez y eficacia los motivos por los que se debe casar la mencionada sentencia y en su lugar corresponde dictar otra en la que se acojan las nulidades solicitadas, las atenuantes planteadas y los vicios denunciados. Entre mármoles, paredes suntuosamente enteladas, sillones de dudosa comodidad y techos magníficamente engalanados se ha alzado la voz de todas aquellas personas que sin ser procesadas en este caso confían en el imperio de la ley, porque la decisión que adopte el alto tribunal no afecta solo a los mal llamados malayos, sino a todo aquel que está convencido de vivir en un país con garantías tangibles de no ver vulnerados sus derechos, atañe a cualquiera que pueda verse inmerso en una causa judicial y precise de tutela efectiva, de una defensa con todas las garantías, de una igualdad de armas, de no ser privado de libertad más de lo estrictamente necesario, de un juez natural, y de otros muchos derechos a los que se les ha dado la espalda bajo la excusa de la falta de medios u otros intereses ajenos a la Constitución Española y a todas las normas que la sujetan.

Entiendo que el público es soberano y tiene todo el derecho a llenarse la boca con Isabel Pantoja y demás extremidades rosas de este Leviatán jurídico, pero la seriedad que demanda la sociedad española exige ser escrupuloso y luchar por los derechos de los procesados con todas las armas legales a nuestro alcance, aunque tengan los barómetros del CIS en contra. Si dejamos que el mar lo embravezca el viento de la opinión pública o la estrella polar se mueva al antojo del fin justifica los medios corremos el riesgo de que este, y todos los barcos, queden atrapados en el triángulo de la injusticia, o lo que es peor, que la policía y cualquier acusación jueguen con tableros amañados a hundir la flota.

Puede que el caso Malaya encalle contra un iceberg supremo, que yo seguiré tocando el violín hasta que se hunda. El respeto a la ley lo merece.

P.D.- De vultu tuo judicium meum prodeat oculi tui videant aequitates. «En tu rostro se reflejará la justicia cuando veas que soy equitativo».