Me envía un amigo un vídeo sobre la ocupación por los colonos judíos de parte del centro histórico de Hebrón, la ciudad de Cisjordania dividida desde 1997 entre Israel y la Autoridad Palestina, vídeo que pone los pelos de punta por el odio y el fanatismo que allí se destila.

El vídeo nos abre los ojos a las causas profundas del «conflicto israelí- palestino», que no es otra cosa que la anexión tenaz y persistente por Israel de tierras árabes y la correspondiente «limpieza étnica», como define esa política de hechos consumados el escritor, ex diputado y pacifista israelí Uri Avnery.

En él se ve cómo, dirigidos por un rabino extremista llamado Moshe Levinger y su esposa, igualmente fanática, judíos llegados muchas veces hace sólo treinta años del este de Europa o de Estados Unidos han conseguido hacerles la vida imposible a familias palestinas cuyos antepasados han vivido allí desde siempre.

Esos colonos, que fundaron en 1970 una zona residencial en las afueras de la ciudad, la de Kiryat Arba, han ido ocupando el núcleo histórico y han forzado el cierre de negocios y viviendas de palestinos, reduciendo a quienes resisten en prisioneros dentro de lo que son literalmente enormes jaulas.

«No salgas de tu jaula», le grita desaforada en el vídeo una mujer israelí a otra palestina que intentaba abrir una cancela mientras que en otra escena una palestina implora a los soldados que defiendan a su hijo que está fuera de la pajarera y trata de llegar a su casa.

Los alrededor de 15.000 palestinos que quedan en la parte vieja de la ciudad controlada por Israel han de soportar los continuos insultos y agresiones de los colonos, que los llaman «perros» o «putas», les arrojan piedras e impiden que puedan pasearse libremente por calles que habían sido siempre suyas.

En algunos lugares, el Ejército israelí, además de verjas y alambradas de espino, ha tendido redes para impedir que los colonos agredan a sus vecinos árabes con proyectiles, pero que no evitan el que los inunden con inmundicias y aguas sucias.

En una trágica inversión de lo que otros judíos sufrieron durante el nacionalsocialismo han aparecido en los muros pintadas que dicen «Árabes, a las cámaras de gas» mientras que jóvenes fanáticos gritan: «Matad a todos los árabes».

Los soldados israelíes, armados hasta los dientes, están allí supuestamente no sólo para impedir cualquier atentado -consideran esa ciudad un nido de terroristas árabes- sino también para proteger a los palestinos de la vesania de los colonos.

En medio de ese insufrible clima de odio resulta admirable el valor de un ex soldado israelí llamado Yehuda Shaul que hace de guía de un grupo de cristianos ecuménicos.

Un portavoz de los colonos entrevistado en el vídeo afirma que en otros países alguien como él sería ahorcado por traidor al tiempo que se lamenta de que la justicia israelí todavía no haya llegado a ese punto.

Ante la presencia de ese grupo de observadores, entre los que hay un negro surafricano que dice que el apartheid de su país fue infinitamente más clemente con sus víctimas, jóvenes colonos insultan a los visitantes, los llaman «nazis» e intentan impedir que filmen.

Alguno incluso se jacta de que sus antepasados matasen a Cristo: «Hemos matado a Jesús y estamos orgullosos», se le oye gritar en el vídeo mientras amenaza con romper la cámara de quien está filmando.

Y una y otra vez salen de las bocas de esos colonos las misma sinrazones: «Jehová nos prometió estas tierras», «aquí vivieron Abraham, Isaac y Rebeca» o en Hebrón «están las raíces geográficas y espirituales del mundo judío».

¿Qué argumentos racionales, de defensa de los derechos humanos, se pueden oponer a tanto fanatismo de raíz bíblica? ¿No ordenó Jehová a Israel, según el Libro de Josué, matar a todos los cananeos?