Una brutal violación quíntuple a una niña de 20 años. Eso es lo que todos creímos que pasó en la Feria de Málaga en la mañana del primer domingo. Luego, en las redes sociales, todos los políticos condenaron lo sucedido y atacaron al alcalde por una desafortunada aseveración sobre el suceso, al que no quiso restar importancia a fuer de tratar de defender el buen nombre de la ciudad en una ecuación imposible a la que incluso la escritora Lucía Etxebarría puso a caer de un burro en unas palabras que sólo revelan una lamentable mala fe o una calculada práctica de demagogia para ganar el terreno que no conquista con sus libros. «¿Recordáis cuando en Thelma y Louise decían ´si te van a violar, que no sea en Texas?´ ¿Qué van ahora a decir de Málaga?». Como si en Madrid, Sevilla o Barcelona nunca hubiera violaciones. Y, en medio de la hojarasca, la verdad. O, al menos, la verdad judicial, que es la que debe prevalecer en un Estado de Derecho. Los testigos, el vídeo del móvil con el que se grabó el asunto, una foto y otras pruebas periféricas llevaron a una juez a la conclusión de que no hubo delito. O de que al menos ella no tenía elementos suficientes para determinar qué pasó a las ocho de la mañana del 17 de agosto. Miren, yo no sé lo que ocurrió, pero no es de recibo argumentar que porque los cinco jóvenes sean de La Corta algo habrán hecho -las valoraciones morales que las haga cada uno en su casa-, ni comentar tan a la ligera un suceso lamentable que una juez, mujer, recuerdo, decidió archivar a la luz de lo que había visto y escuchado durante horas y horas de tensas declaraciones. El posterior espectáculo de los detenidos haciendo declaraciones y anunciando acciones legales contra la joven fue también lamentable. Aquí, la principal víctima ha sido la presunción de inocencia y todos deberíamos reflexionar sobre cómo nos dejamos llevar por la incontinencia verbal en las a priori asépticas redes sociales que ya han dado más de un dolor de cabeza a los finos comentaristas que todo lo saben. Algunos comentarios eran directamente racistas, injuriosos o por lo menos inquietantes, dejando claro siempre que también debemos respeto a la joven que pasó el difícil trance de denunciar. No sabemos qué pasó por su cabeza ni por qué actuó así. Jamás sabremos qué ocurrió esa aciaga mañana, pero sí conocemos que la Justicia no tiene mimbres para perseguirlo y eso es sagrado, al menos aquí, en este estado de derecho en el que lo único que nos queda es el respeto a la ley. Los ataques a los periodistas que se dedicaron a informar con rigor de lo sucedido sólo demuestran que nos encantan las piras públicas, algo muy inquietante en un país donde ya quemamos a muchos herejes hace cientos de años. No más Torquemadas, por Dios.