Hace tres meses publiqué una columna en estas páginas en las que definía el estado de la izquierda de ese momento, como el de una izquierda proteica (La Opinion de Málaga, 27-07-2014). Es una izquierda cambiante pero que, desde luego, necesita una renovación profunda de ideas y programas para abordar el modelo de sociedad afectado por la crisis que estamos viviendo -a lo que habría que añadir también otros ejes de cambio social como la globalización o la revolución tecnológica-.

El gran problema es cómo defender el compromiso con la igualdad y realizar políticas que la defiendan en sociedades que cada vez son más desiguales, más fragmentadas socialmente y en las que no se puede contar ya con la protección social del Estado de Bienestar de tiempos pasados y mejores, ni tampoco con el apoyo electoral de unas clases medias hoy también castigadas por la crisis.

En nuestro país, la nueva definición de esa izquierda está pasando por un cambio en los liderazgos, el comportamiento electoral y el sistema de partidos. En este contexto, Podemos está ya definiendo su estructura como partido después de la asamblea del pasado fin de semana. Ganemos también está tomando posiciones pero como una fuerza política que para la regeneración democrática actúa en el ámbito local y con un perfil todavía más cercano al del movimiento social. Izquierda Unida parece que preservará la identidad de sus siglas y de su proyecto político de alianzas con otras fuerzas pero ahora es difícil de prever el socio o socios electorales definitivos. Finalmente, el PSOE intenta consolidar también su nuevo liderazgo con Pedro Sánchez después de tres meses en como secretario general, cuyo reto es volver a hacer al PSOE un partido de gobierno. Las fuerzas nuevas (Podemos y Ganemos) se les presenta el reto de la autenticidad de su discurso de renovación democrática dentro de unos partidos y de unas élites políticos que pretenden distanciarse de los tradicionales.

Los partidos tradicionales (IU y PSOE) deben de buscar en las alianzas y en la renovación ideológica y programática ese electorado que han perdido y que pueden seguir perdiendo en un panorama mucho más competitivo. El escenario actual presenta una izquierda proteica, que señala hacia el fin del bipartidismo pero también hacia una izquierda más plural, diversa pero también fragmentada. Es el momento del debate de las ideas, de las políticas y, por tanto, de los programas. Las elecciones municipales y las generales están más cerca.

Dentro de esta izquierda cambiante, la socialdemocracia no está en su mejor momento. Gobierna en pocos países en Europa, tiene algunas figuras destacadas en Renzi y en Valls. Ed Miliband es un líder interesante y el laborismo y la izquierda británica aporta siempre buenas ideas al debate teórico pero el líder laborista está oscurecido por una situación política que no le puede convertir en referente. Recientemente, se ha producido una vuelta al gobierno en Suecia pero en coalición y con un avance de la extrema derecha.

El mundo global y los problemas a los que nos enfrentamos nos exigen soluciones políticas globales y, por ello, es buena idea pensar esa izquierda dentro de Europa, si bien, como ya sabemos desde el intento de la Tercera Vía, ese debate en la construcción de políticas de izquierdas será distinto en cada país. De hecho, la sintonía de los líderes socialdemócratas de los países del Sur de Europa, que se reunieron después del verano, parece más generacional, personal y mediática que programática. De hecho, Valls, Renzi y Sánchez se enfrentan a un marco común pero a problemas con una intensidad distinta según el contexto específico y, por ello, su política tendrá que modularse de manera diferente.

Manuel Valls, primer ministro francés, ha afirmado que «hay que acabar con la izquierda anticuada, que se aferra a un pasado superado y nostálgico», se trata de una izquierda «pragmática, reformista y republicana», además apuesta por incluso cambiar el nombre del partido, desechar las palabra socialista del nombre del partido, apostar por una federación de fuerzas progresistas frente al Frente Nacional y, sobre todo, poner por encima de todo el reformismo de futuro frente a las soluciones basadas en el pasado. Evidentemente, estas palabras deben entenderse en función del debate interno de esta nueva izquierda dentro socialismo francés en el que Valls se sitúa en la posición más liberal frente a Martine Aubry, alcaldesa de Lille, defensora de una posición socialdemócrata más clásica dentro del PSF.

Es evidente que el nuevo reformismo no puede seguir en nuestro país el discurso político de Valls. En este punto, los tres meses de Pedro Sánchez denotan un esfuerzo de definición de su liderazgo, sobre todo, en visibilidad y presencia pública. Y no me refiero a ir a un par programas de televisión populares, se trata de darse a conocer como un líder nuevo y renovador. Era necesario demostrar sus dotes de comunicador y de político que en todos los foros. Sin embargo, ahora es la hora del debate de las ideas y del programa. En este caso, los límites de esta nueva izquierda socialdemócrata se circunscriben a un reto difícil: un reformismo que impulse políticas que corrijan los desequilibrios sociales que está provocando la crisis en nuestro modelo social. Por eso, no cabe duda que la única izquierda anticuada es la que no conecte con la realidad y las preocupaciones que tiene hoy la ciudadanía.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga