Nos lo repiten siempre: la lucha contra la pobreza y la desigualdad no solo atañe a unas pocas almas caritativas; ésta ha de implicar a la sociedad en su conjunto. Si de ese conjunto forman parte los organismos públicos y los ciudadanos, entonces también lo hacen las empresas para las que trabajan o cuyos productos consumen éstos últimos.

Muchas grandes corporaciones intentan atajar este asunto a través de eso que se llama responsabilidad social corporativa (RSE). Pero otras empresas, las pequeñas, no cuentan con el personal ni con los recursos necesarios para crear un departamento de RSE ni una gran campaña de publicidad que difunda sus logros.

Es más, en las más modestas el empresario es, a veces, el presidente, el contable, el director de comunicación y el director de responsabilidad social, todo al mismo tiempo y veinticuatro horas al día. Pese a ello y pese a las dificultades del contexto actual, algunas siguen dedicando esfuerzo a mejorar el mundo que las rodea.

De acuerdo con el Directorio Central de Empresas las pymes constituyen, según datos correspondientes a 1 de enero de 2013, nada menos que el 99,88% del tejido empresarial de nuestro país. Por eso, por ese 99,88%, las acciones que emprenden para lograr una sociedad mejor, por pequeñas que sean, resultan tan importantes.

Muchas pymes malagueñas comprenden, desde hace tiempo, la importancia que su solidaridad puede tener para las personas de su entorno y también para las que se encuentran más allá de él. Desde un donativo económico hasta la prestación desinteresada de servicios a ONG, pasando por un evento para recaudar fondos o la impresión del logo de una asociación en la carta de un restaurante; todo suma.

Justalegría, nuestra ONGD, es un ejemplo de ello: en los últimos dos años ha llamado a la puerta de distintas pymes de su ciudad, hallando apoyo en un buen puñado de ellas de diversa naturaleza que colaboran con los medios a su alcance. Éstos van más allá de lo material y comprenden, también, otro tipo de alianzas, construidas con la vocación de no ser flor de un día, sino de perdurar en el tiempo.

Además de contribuir a la mejora de la sociedad, la cooperación entre ONG y empresas enriquece a ambas partes. A las ONG, porque pueden recibir financiación, recursos y asesoría y consultoría para sus proyectos, y porque su labor será difundida entre los clientes de las entidades colaboradoras, informándolos y concienciándolos de causas que necesitan su apoyo. A las empresas, porque ganarán en riqueza humana y visión corporativa, y porque podrán añadir con orgullo a las etiquetas de sus productos un certificado de solidaridad y responsabilidad social, una demanda ya frecuente en unos consumidores cada vez más exigentes. En el equilibrio de fuerzas contra la pobreza y la desigualdad todo suma, y todos salimos beneficiados.

*Manuela Astasio Valero es técnica de comunicación de la ONGD Justalegría. Periodista