Desde mi experiencia internacional de muchos años extraigo la conclusión de que el mundo ha oído hablar poco de Cataluña. Otra cosa es Barcelona, que es una ciudad conocida y admirada en el mundo, Barcelona es Gaudí y el Modernismo, es la Sagrada Familia, es el museo Picasso, fue la sede olímpica de 1992 cuando era la ciudad mejor gestionada del mundo (Newsweek dixit), y es, en definitiva, un club que ha hecho el fútbol más preciosista de los últimos años. Por eso, una primera constatación es que Barcelona es tan conocida en el mundo como Cataluña es desconocida, aunque algo ha empezado a cambiar en los últimos meses y en ello han influido las espectaculares movilizaciones, la inteligente estrategia de la agencia Blue State Digital (que asesoró a Obama) y el dineral que se está gastando la Generalitat que en parte procede de bolsillos de catalanes españolistas.

Los gobiernos extranjeros reaccionaron ante la amenaza secesionista catalana de una forma escalonada y gradual: lo primero fue la sorpresa (¿qué está ocurriendo con estos que llevan 500 años juntos?); luego fue la curiosidad (¿quiénes son estos catalanes que se quieren independizar?); de ahí se pasó a la preocupación (esta demanda es inoportuna porque fragiliza a una España ya debilitada por la crisis); y finalmente se ha llegado a la irritación (la secesión impediría la recuperación económica no ya de España sino de Europa) y aquí entramos en un terreno donde no se admiten bromas. En Europa saben que el virus nacionalista es peligroso porque es expansivo: los nacional-socialistas empezaron por los sudetes y ya sabemos cómo acabó aquello; los húngaros de Orban tienen pretensiones de tutela sobre minorías de parla magyar en Rumanía; Israel coloniza Cisjordania y entre nosotros, los vascos quieren Navarra y los mismos catalanes hablan con arrobo de una entelequia que llaman los païssos catalans (?). Y Putin ha desempolvado el término decimonónico de Novarossia para designar territorios fuera de Rusia habitados por ruso hablantes sobre los que se arroga un derecho de protección, amenazando con poner patas para arriba las fronteras heredadas de la 2 Guerra Mundial. Repito, no es broma.

Es posible que si se declarara unilateralmente la independencia de Cataluña algún país despistado la reconociera. Al fin y al cabo también El Salvador ha aceptado poner en Jerusalén su embajada en Israel, algo que ni siquiera los EEUU han hecho, y todos los demás países tienen sus embajadas en Tel Aviv. Pero sería un caso aislado y folclórico porque está descartado totalmente que la independencia la reconozca ninguno de los países que importan en el mundo: Estados Unidos, China, Rusia, Francia, India, Alemania, Brasil, Italia, Reino Unido... ninguno.

Los máximos responsables de la UE han recordado de todas las maneras posibles que una Cataluña que se divorciara de España por las malas quedaría fuera de Europa y debería iniciar desde el principio un largo proceso de adhesión que puede durar muchos años, que exige la unanimidad de los miembros y no es seguro que España (y otros) estuviera por la labor. Además, Cataluña también se quedaría fuera del euro y si por amabilidad general (incluida la de España) se permitía a los catalanes usarlo, lo harían sin poder influir en la política monetaria pues estarían excluidos del proceso de toma de decisiones de una Unión Monetaria de la que no serían parte. Por eso, no es honesto ni decente engañar al personal diciéndole que una Cataluña independiente seguiría en la UE como si nada hubiera pasado. No es verdad, se convertiría de la noche a la mañana en algo parecido a Albania y me cuesta trabajo pensar que haya gente que pueda considerar que eso es una opción atractiva. Hace mucho frío y se está muy solo ahí afuera. Lo mismo vale para los foros económicos como el BCE, FMI y BM. En la ONU Cataluña lo podría tener algo más fácil porque la admisión se hace por mayoría y la autodeterminación tiene todavía muchos adeptos entre países que han sufrido el colonialismo y no saben dónde queda Cataluña.

La votación-charlotada de hoy (donde solo votarán los convencidos) dejará a la sociedad catalana muy dividida: la mitad aliviada y la otra mitad frustrada. Según la última encuesta del CEO (el CIS catalán), 49,1% de los catalanes son independentistas y 48,5% no lo son. Si se dan más opciones, un 45,3% es partidario de un estado independiente y un 45,6% está a favor de fórmulas intermedias (federal o autonómica), más a tono con ese 64% de catalanes que consideran compatibles sus identidades española y catalana. Sea como fuere, el 10 de noviembre se elevarán los gemidos victimistas de los frustrados y nos encontraremos con una situación que habrá que gestionar políticamente. No hay que excluir que el Gobierno central siga sin moverse y que asistamos a un proceso de desobediencia civil y de movilizaciones populares en Cataluña. Mal escenario. Si sucediera, cabe pensar que esos mismos países que ven con ninguna simpatía la deriva independentista catalana, se encontrarán incómodos y podrían acabar presionando a Madrid a favor de un acuerdo. Por eso lo más inteligente es negociar, lo era antes y lo es ahora. Y negociar exige buscar terrenos de entendimiento tanto políticos como económicos donde se pueda hablar de todo dentro de la legalidad (que no es inmutable), incluyendo el reconocimiento de hechos diferenciales, pero sin romper la solidaridad porque no hay que olvidar que el Estado no reparte dinero sino que tiene una función redistribuidora de la renta nacional disponible.

*Jorge Dezcallar es exembajador de España en EEUU