Hacer de la necesidad virtud. Eso fue lo que debieron pensar Pedro Aparicio Sánchez y Francisco Rodriguez Caracuel, -alcalde y gobernador civil respectivamente-, la tarde del 14 de noviembre de 1989, o la mañana del 15, o los días sucesivos que transcurrieron hasta después del puente de la Inmaculada. Y es que a modo de umbral, el escenario de la estructura urbana malagueña, y hasta la propia concienciación de los gestores del territorio respecto a la noción de riesgo ambiental, cambiaron tras las inundaciones de 1989.

La ciudad mostró sus carencias, su vulnerabilidad tras sucesión de fuertes aguaceros entre unos días lluviosos. La consecuencia de la variabilidad espacio-temporal de la fenomenología torrencial mediterránea quedó ampliamente plasmada tras la inundación o inundaciones acaecidas en esas fechas. Y Málaga no fue sino un rompecabezas compuesto por una vulnerabilidad escalar que iba desde la espacial o territorial, otra lineal o de la red hidrológica, y una tercera de carácter puntual manifestada en la infraestructura urbana.

A.- Vulnerabilidad territorial, de una ciudad ubicada en la desembocadura del río Guadalmedina, avanzando hacia la del Guadalhorce y atravesada por toda una red de arroyos que buscan su salida rápida hacia el mar (Gálica, Jaboneros, Caleta, Cuarto, Teatinos, de las Cañas,€), cuyas cuencas en la mayor parte de los casos, deforestadas, con suelos sin protección, se convertían en magnificas áreas contribuyentes a los procesos de erosión del suelo.

Proximidad al mar de los Montes de Málaga, fuertes pendientes, escasos y desprotegidos suelos provenientes de cultivos leñosos, olivar, almendro o viñas, o directamente del abandono del campo, fueron los elementos del escenario sobre el que se desarrolló una sucesión de aguaceros típicos mediterráneos en unos suelos que ya saturados de agua tras varios días de lluvia. Y llovió sobre mojado, activándose todos los procesos de escorrentía, en este caso, acompañados de la denudación de suelos, creando una gran mancha de «chocolate marrón» en las desembocaduras de los ríos y arroyos inicialmente, y a todo lo largo del litoral después, durante muchos días. Toneladas de suelo fértil fueron removidas en tales aguaceros.

B.- Vulnerabilidad del sistema hidrológico. Tanto los «grandes ríos» como los pequeños arroyos se activaron mostrando la torrencialidad propia del mediterráneo. Los caudales se dispararon, especialmente porque se superaron muy pronto los umbrales de escorrentía, con lo que a partir de ese momento, toda precipitación, por pequeña que fuese, se convirtió en escorrentía, y consecuentemente en caudal, debido a que los suelos estaban saturados. En apenas horas, los ordenes de magnitud cambiaron de mm/h a m3/seg. La recientemente construida, por aquellas fechas, presa del Limonero a buen seguro libró a la ciudad de una catástrofe aún mayor. Además, la configuración hidrográfica en Y griega de los ríos Guadalhorce y Campanillas, con tiempos de concentración de las aguas muy parecidos, supuso que el caudal máximo prácticamente se duplicara a pocos kilómetros de la capital, llegando casi a los 4.000 m3/seg. A ello hemos de añadir, la existencia de una situación de levante, con fuerte oleaje, que bloqueaba la evacuación natural de caudales del Guadalhorce, lo que generó una gran balsa de agua desde el Campamento Benítez hasta el Perchel, con especial afección a los polígonos del Guadalhorce.

C.- Vulnerabilidad de la estructura urbana. Sencillamente la ciudad no estaba ni preparada, ni diseñada para evacuar los caudales generados por tales episodios lluviosos. El expansionismo urbanístico de los años sesenta tuvo componente oeste, ya fuese neto, como la propia «prolongación» de la Alameda, como suroeste -Carretera de Cádiz- o noroeste -Avenida de Carlos Haya-, atravesando toda una red de hidrológica, que actuaba a modo de red de drenaje, sin que dicha actuación fuese acompañada de infraestructura de evacuación de caudales. Arroyo del Cuarto, Arroyo de Miraflores, Arroyo de Teatinos, Arroyo de las Cañas,€ son buenos ejemplos. La inexistencia de canalización o embovedado obligó a los caudales de avenida a recorrer dichos barrios de la ciudad, buscando su rápida salida al mar. Pero a ello, había que añadir que la propia infraestructura urbana actuaba a modo de pequeños diques de contención, generando numerosas láminas de agua, balsas, inundando en consecuencia amplias zonas de la reciente expansión urbana malagueña. La zona entre El Perchel, Calle Cuarteles, Salitre, Ayala, Héroe de Sostoa, y de ahí hacia la barriada de la Paz fue también una gran balsa de agua. Los caudales superficiales provenientes de los distintos arroyos lejos de encontrar su fácil salida al mar, eran retenidos por la propia infraestructura urbana.

En la zona oriental no fue mejor la situación. El pretil construido a todo lo largo del paseo marítimo, más la disposición longitudinal de las calles Juan Sebastián Elcano y Bolivia, hasta El Candado, junto al acerado, constituían otra excelente represa de la escorrentía procedente de los arroyos del Café, Cerrado, Pilones, Miraflores,€que en su tramo urbano fueron unos auténticos cauces torrenciales.

La respuesta hidrológica producida fue por tanto el resultado de una catastrófica ecuación paramétrica, cuyos factores fueron la intensidad de precipitación sobre un suelo saturado, con un relieve abrupto y próximo al mar, en un complejo suelo-vegetación desprotegido, y una red hidrográfica compuesta por multitud de pequeños arroyos que tenían que salvar importantes desniveles, por tanto, torrencial, todo ello en una configuración urbana carente de infraestructuras hidráulicas, y con importante efecto represa.

La conjunción de toda esta serie de factores solo podía derivar a una situación caótica, que desde mi punto de vista, marcó un umbral en el desarrollo urbano de Málaga. Los políticos del momento tomaron buena nota, y con cierta inmediatez, a las medidas curativas se añadieron otras de carácter preventivo. Será difícil que el Guadalhorce duplique su caudal de nuevo a pocos kilómetros de la ciudad con la construcción tanto de la presa de Casasola como del sistema de aliviadero de la desembocadura. Lo que fue un problema, hoy es un Paraje Natural. El río Guadalmedina, que llegó a ir «de banda en banda» por la Trinidad y el Perchel, sufrió una gran modificación en su sistema hidráulico desde el puente de la Aurora a la desembocadura, aunque la integración urbana de su cauce -dado su carácter torrencial-, sigue siendo asignatura pendiente. Y por ultimo, se construyó toda una red de evacuación de caudales -mediante embovedado o encauzamiento- de la mayoría de los arroyos urbanos de la capital.

No estamos a salvo de la fenomenología torrencial, y de algunas de sus consecuencias, en especial cuando la protección de los suelos de los Montes de Málaga sigue como asignatura pendiente La ciudad ha crecido desde entonces en población, infraestructuras y equipamientos, y si bien las estrategias preventivas son mayores, no podemos afirmar que el riesgo de inundación haya desaparecido.

*Ruiz Sinoga es catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga