Me han negado entrevistas con las escenificaciones más originales que cabe imaginar. El catálogo de mis rechazos estrepitosos sería más ameno y abultado que la transcripción de las cansinas conversaciones periodísticas. Un personaje se muestra más creativo al despachar a un preguntón impertinente que al acceder dócilmente a reconstruir su vida en público.

Tras una amistosa conversación mientras su esposa y su hijo nadaban en la piscina, Art Garfunkel me citó para «el próximo miércoles a esta hora», sin advertirme de que el martes dejaba Mallorca de regreso a Nueva York. Un viaje en balde. Carlos Fuentes leía a Henry James en bañador en la playa, cuando me replicó con un escueto «no» y ni se dignó a levantar los ojos de la novela para evaluar el impacto de su labor destructiva. Sin embargo, la negativa que me persigue con especial énfasis lleva la firma de Aurora Bernárdez, esposa y bastante más de Julio Cortázar. Sorprendida en su casa mallorquina con paredes de piedra o de hiedra, se despreocupó de la urgencia de expresar sus opiniones recordando que «soy un viejo oso, nada de lo que diga puede importar a nadie». Quién piensa en sí mismo como un plantígrado, cuando es importunado a quemarropa en las puertas de su intimidad.

Después habló de ambos, nos encanta confiarnos a un extraño, pero con la prevención de que «esto no puede publicarlo». Nunca fueron personas separadas, y sería lícito nombrar a Julio Cortázar de Bernárdez. Lo confesaba un observador relativamente imparcial como Mario Vargas Llosa, tras compartir a la pareja en Deià. Abrumado por el dúo de malabaristas del diccionario, señala que «nunca dejé de maravillarme con el espectáculo que significaba ver y oír conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas veces pensé: ´No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan en casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas, las bromas que descargan el clima intelectual».

Aurora Bernárdez fue la mitad de Cortázar, también en tamaño, por lo que iba cargada con una doble densidad de recuerdos. JC solo le fue infiel sexualmente, convencidos ambos entre sus vericuetos de que se reunirían al fin. Así fue, y ella ha muerto tres décadas más tarde. Mientras me negaba la entrevista, vi que era diminuta como estrategia para disimular su presencia formidable. Y que la traductora de Italo Calvino callaba públicamente para no traicionar la memoria del escritor que le entregó Mallorca en herencia. Hay premios peores.