¡Madre mía la que hay montada! Y la Pantoja en la puerta de la trena. No nos privamos de nada. Que si los manchegos, que si los catalanes, que si los valencianos. ¡Vamos a ver! ¿Es que la gente no puede llevar sus escarceos con sigilo? Pues parece que no, oiga. Siguiendo al pie de la letra esa bonita canción: «¿A quién le importa lo que yo haga?, ¿a quién le importa lo que yo diga?», no tenemos más remedio que decir: «A mucha gente». No lo duden. Da un cierto morbo saber que un político con -al parecer- un futuro prometedor, haya perdido los papeles por una bella señora que tiene la manía de sonreír, privadamente, a varios políticos en ejercicio. Pues yo no veo su pecado por ninguna parte, es mona, es culta. Yo me pregunto: ¿quién le lanzará la primera piedra? Si existe alguien sin pecado y sin mancha alguna, que empiece a lanzar, una a una todas las piedras que lleva en el cubo.

No es que yo sea muy chismosa, aunque a nadie le amarga una noticia de faldas, pero debería ocurrir que si una joven sonríe a diestra y a siniestra demasiado y no sabe dar un palo en el agua, la prensa tiene el deber de contarlo.

Claro que ese deber se acaba cuando deja de contarse toda la verdad. Porque, ¿no será que se cuenta un infundio contra alguien que aspira a ocupar el puesto del Juan Tenorio de turno? No lo digo con conocimiento de causa sino como persona que ha vivido mucho, que ha visto a mucha gente incompetente poner zancadillas a criaturas cabales, preparadas y trabajadoras. ¿Qué ha ocurrido? Lo de siempre, el trabajador ha encontrado un buen puesto en otra empresa y el enchufado, cuando su nuevo jefe ha visto la habilidad de su contratado ante una caja de herramientas, lo ha mandado, de nuevo a la cola del paro. Pena, penita, pena.