Si me dijeran que tengo que pasar un tiempo de exilio forzoso en una isla solitaria y que existe la posibilidad de elegir compañero de viaje, siempre que no fuera un conocido, lo tendría claro: escogería al director de emisiones de Canal Sur, recientemente destituido por desdibujar un poco la tradicional ingesta de uvas, para recordarnos que Jerez seguirá siendo la meca de la goma quemada en 2015. Ni habían pasado los ecos de la última campanada, cuando en las redes sociales, donde a la reflexión pausada se le escupe a diario, ya se estaban sacando las guillotinas para ejecutar al culpable. Lo que en términos de la evolución de nuestra especie significa mandar a alguien a que se pudra en la cola del INEM. Fue un homenaje esperpéntico a la solidaridad entre trabajadores.

Yo, lo de la isla en solitario, lo veo un poco como a Jesús. Prefiero a un pecador arrepentido, antes que a mil justicieros. Uno, que comete errores a diario, sintió mucho miedo ante tanta perfección colectiva. ¿Cómo todos los que se bañaron en bilis por el grave e innegable error de realización de Canal Sur, logran capear sus trabajos sin cometer fallos? Algunos, directamente, no habrán trabajado en su vida, o no saben lo que es sobrevivir en un entorno achuchado por los continuos recortes. En realidad, habría que temerles mucho a esas personas tan insólitas. Cuando se utiliza la garlopa, caen virutas. Alguien que se cree infalible supone un peligro para la vida pública. Casi que habría que encerrarlo. Es un tacaño de libro, aunque invite todos los viernes a barra libre. No hay mayor generosidad que reconocer un error. Los errores son el motor de nuestro desarrollo. Habría que abrazarse a ellos como a una madre. Nos permiten desayunar tostadas de jamón ibérico por las mañanas y enchufarnos penicilina cuando nos duele una muela. Son la prueba manifiesta de que todavía existen trabajos que no se pueden realizar por máquinas, tan perfectas ellas. Cosa que nos dejaría a todos con un triste tarugo de pan seco entre manos, y eso, se quiera o no, se acaba acusando entre la población. Joaquín Sabina cometió un fallo hace nada. De paso, aprovechó para ridiculizar un poco a Pastora Soler. Todo el mundo le aplaudió y ahora lo tenemos en marzo en Málaga. Gran noticia, dicho sea de paso. Darle rienda suelta a un brote de amarguras propias, cada vez que alguien ha cometido una cagada, es lo fácil. Resistirse a ello, nos permitiría a todos abandonar un instante la continua crispación que intoxica y estrangula al país. En Nochevieja, no hubo personal suficiente en las urgencias de los hospitales para atender posibles cuadros de asfixia provocados por traicioneros huesos de uva. No se escuchó a nadie toser. ¿Para qué quiere uno campanadas si está muerto?