Hace unas semanas escribí sobre Rusia y nosotros y hoy parece oportuno incorporar a China en el análisis porque las sanciones a Moscú por su inaceptable comportamiento en Ucrania, lo que Putin percibe como acoso de la OTAN, el descalabro económico ruso por el descenso del precio del petróleo y los intereses de la política energética pueden llevar a Rusia a caer en los brazos de China. Sería un terremoto geopolítico y no es lo que más nos interesa.

No es que Rusia y China se hayan descubierto y hecho íntimos de la noche a la mañana. La desconfianza y los desacuerdos entre ellos son profundos y vienen de atrás, de cuando Beijing y Moscú peleaban por la dirección del movimiento comunista mundial. Las diferencias entre ellos persisten hoy con el disgusto con el que China contempla la política rusa en Crimea o el apoyo que presta a los ruso-parlantes de las regiones orientales de Ucrania. China tiene problemas con tibetanos y uigures y no admite bromas con los separatismos.

Pero hay importantes complementariedades entre ambos países: para empezar, Rusia tiene territorio y tiene energía pero no tiene población, mientras que China tiene una economía pujante y mucha población, pero no tiene el gas y el petróleo que necesita su desarrollo. Por eso el presidente Xi hizo su primer viaje al extranjero a Rusia y acudió luego a los juegos olímpicos de Sochi mientras los occidentales protestábamos por las violaciones de derechos humanos de los gays y de la libertad de expresión de las chicas de Pussy Riot, cosas ambas que Putin y Xi ven con escasa simpatía como han demostrado en Moscú (reciente detención de Novalny) y en Hong Kong (Revuelta de los Paraguas). Y, aún más importante, ambos comparten interés en el gas ruso: Moscú porque quiere diversificar una exportaciones que hoy son prisioneras del mercado europeo y Beijing porque necesita asegurarse a largo plazo la energía que demanda su desarrollo económico. China es ya hoy el primer socio comercial de Rusia tras desbancar a Alemania y ambos han firmado acuerdos para la venta de gas durante treinta años por valor de 300.000 millones de euros y para construir dos gasoductos que permitirán a Rusia exportar también hacia Japón y Korea. Es una decisión de hondo calado estratégico. Las sanciones por Ucrania le cuestan a Rusia 40.000 millones de dólares al año y la bajada del precio del petróleo otros 100.000 millones de dólares. El rublo ha perdido un 50% respecto del dólar y la economía rusa puede llegar a encogerse un 5% en 2015. Es un desastre que trasciende lo económico y que tendrá repercusiones políticas hoy impredecibles, mientras continúa bajando el precio del crudo, que ya está por debajo de los 50$ el barril con un descenso del 60% desde el pasado verano.

A China también le interesa un acercamiento a Rusia por razones geopolíticas. China sale de un aislamiento multisecular y reclama un papel acorde con el peso de su economía que es ya casi la mayor del mundo. Quiere hacerlo con «armonía» y eso no es fácil porque los cambios que se avecinan son enormes. Quizás no esté lejano el día en que China haga pública su versión de lo que debe ser el nuevo orden mundial que sustituya al heredado de la II Guerra Mundial y ya el pasado verano participó en Recife en la puesta en pie de nuevas estructuras económicas que ambicionan sustituir a las de Bretton Woods. Este activismo, su peso económico, su rearme (portaaviones, aviones furtivos) y su expansión por el Mar de China es visto con preocupación en Asia y así mientras Japón, la tercera economía mundial, modifica su constitución y se rearma, Filipinas, Korea o Vietnam se aproximan a los EEUU a pesar de la desconfianza que suscita una política que juzgan débil. Les fuerza a ello la aspiración de Rusia y de China de construir «un sistema colectivo de seguridad regional» en Asia. Yo también me preocuparía.

Por su parte, Obama hizo del área del Pacífico una de las prioridades de su política exterior pero luego la dejó de lado cuando las crisis de Ucrania, Siria e Irak recabaron su atención. Aún así, los EEUU modernizaron la base de Okinawa, destacaron marines a Australia y lanzaron en 2009 una propuesta de Partenariado Transpacífico del que excluyeron a China y a Rusia, y todo esto son otras buenas razones para que Beijing quiera tener las espaldas bien guardadas con una sólida relación estratégica con Moscú y por eso ha respondido lanzando su propia zona de libre comercio, que englobaría al 44% del PIB global y donde se reserva un lugar para Rusia.

Durante la última cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico APEC China ha hecho gestos amistosos hacia el mundo (cambio climático), hacia los EEUU (eliminar aranceles a productos de alta tecnología) y hacia Japón (rebajar la tensión en el Mar de China), mientras trata de controlar sus muchos problemas internos y asegurarse el abastecimiento futuro de alimentos y energía con fuertes inversiones en África y en América Latina. Dentro de este esquema, atraer a Rusia a su esfera de influencia puede ser una baza geoestratégica muy importante y no necesariamente en interés ni de la propia Rusia (el abrazo del oso) ni de europeos y americanos. Por eso nos conviene llegar a un nuevo modus vivendi con Moscú que quite la espoleta a su actual amenaza sobre el orden europeo e impida al mismo tiempo que bascule hacia la órbita de China. No es sencillo pero no debería ser imposible.