Cuestionado por su flojera en el manejo de los asuntos exteriores del imperio, el presidente Barack Obama acaba de sacar pecho con la mucho más importante asignatura de la economía. Ante un Congreso que le es hostil, el rey del mundo se ufanó el otro día de que Estados Unidos haya creado en los últimos cuatros años más empleos que la suma de Europa, Japón y todas las demás economías desarrolladas. Razón no le falta.

A diferencia de lo que ocurre con las tullidas finanzas de la UE, es verdad que el PIB norteamericano creció en un cinco por ciento, con los benéficos efectos que eso ejerce sobre el descenso del paro y el mayor movimiento del dinero.

Obama no ha hecho, en realidad, otra cosa que aplicar la receta sugerida a Bill Clinton por uno de sus más despabilados asesores. Se dice -y acaso sea verdad- que James Carville colgó en el cuartel general de campaña de Clinton un cartel en el que podía leerse la frase: «Atiende a la economía, tonto». Ese era el modo con el que aquel audaz Pepito Grillo le recordaba a su jefe cuál es el motivo que de verdad mueve a quienes votan. El dinero que tienen o no en la cartera, naturalmente.

Consciente de que el elector vota según el estado de su bolsillo, el juicioso Carville quería evitar de esta manera que su candidato se fuese por los cerros de Úbeda -o los de Minnesota- en lugar de centrarse en los prosaicos asuntos que de verdad importan a la gente. Minucias como el plazo de la hipoteca, el precio del alquiler, el dinero para salir de copas y, sobre todo, el empleo del que la mayoría de la población obtiene el salario con el que pagarse esos vicios.

Clinton tuvo en cuenta la sugerencia de su asesor y lo cierto es que no le fue mal del todo. Tanto es así que derrotó contra el pronóstico de las encuestas a George Bush (padre) y agotó los dos mandatos que como máximo están autorizados a ejercer los presidentes en Estados Unidos. Satisfechos por la buena marcha de su hacienda personal, los americanos obviaron la incomodidad que pudiera causarles la inmoderada afición de Clinton a confraternizar con las becarias de la Casa Blanca.

Sin becarias de por medio, eso es lo que ahora ha hecho Obama al recordar en el discurso sobre el estado de la Unión que bajo su mandato se crearon cerca de dos millones de puestos de trabajo. Y algunos de ellos en empresas que ni siquiera existían hace un par de décadas, tales que Google, EBay o tantas otras firmas de la nueva economía cibernética.

Al igual que Clinton, su bien asesorado predecesor, el actual presidente de Norteamérica parece haber llegado a la conclusión de que la gente vota, básicamente, con el bolsillo. Cuando la economía va bien, el elector tiende a desentenderse de otros asuntos, tales que la política de asuntos exteriores en la que ha patinado Obama o las intrincadas diferencias entre izquierda y derecha que tanto preocupan a los políticos de según qué países.

No todos lo entienden así, desde luego. Hay quienes pretenden sustituir la economía por la ideología, en la creencia un tanto arbitraria de que los conceptos -más o menos utópicos- pudieran servir de alimento al pueblo. Quizá no sea ese, aunque lo parezca, el caso de España, un país que históricamente se ha guiado por el refrán: Salud y pesetas, que lo demás son puñetas. Aquí y en Washington, la pela es lo que importa a la hora de votar. Aunque las encuestas no digan eso ahora mismo.