El Unicaja fichó al «niñato». Recuerdo cuando en un partido de ACB de la temporada pasada toda la afición del pabellón Fernando Martín de Fuenlabrada gritaba descosida eso cada vez que Carlos Suárez cogía el balón. Un tío con casi 30 años que lleva arrastrando esa cruz desde que era una promesa en el Estu. En el 2010 hizo lo que otros del Ramiro de Maeztu, se cruzó de acera para vestir de blanco. En el Real Madrid tuvo sus años. Cuando leí la temporada pasada, en 2013, que Suárez fichaba por Unicaja no voy a negar que pensé que se venía aquí a pasar el rato. Pero, zas, como tantas veces, me tengo que tragar las palabras.

Carlos Suárez tiene pinta de que sale a la cancha a punto de romperse, con la rodillera, el resuello entrecortado desde que da el primer paso, despeinado y a veces desgarbado. Tiene un imán en las manos para llevarse todo balón que le pasa cerca, espíritu de lucha, es un trabajador incansable y lo demuestra dejándose la vida y medio pulmón cada partido. Leer que van a renovar a Carlos Suárez es creer que este equipo puede tener continuidad, que la planificación tiene algo de sentido y que se pretende dar en los despachos la seriedad que aplica Plaza en la cancha.

Esa es otra, el papel de Carlos Suárez tiene mucho que ver con la labor de Plaza. Sin un entrenador que premia el trabajo, la defensa y echar el resto en cada partido, a lo mejor el paso del madrileño por Unicaja estaría siendo más discreto.

Pero no, hay un tipo en el banquillo que cambia pelotas por minutos. Y eso mola, porque con gente como Suárez siempre habrá espectáculo, lucha y baloncesto. Básquet del que gusta. Me gusta Carlos Suárez, qué se le va a hacer.