¿Es ésa realmente la Europa que soñábamos y por la que vale la pena seguir luchando? ¿Una Europa como la actual, claramente dominada por el pensamiento único, y en la que las consignas parecen ser privatizar, precarizar el empleo y bajar salarios para mejor competir a nivel global?

Una Europa insensible o ciega, incapaz de ver una catástrofe humanitaria como la griega y determinada absurdamente a repetir los mismos errores que la causaron porque la canciller alemana, su ministro de Finanzas y sus dóciles socios afirman que no hay alternativa a lo que eufemísticamente llaman «reformas».

Una Europa que trata de convencer a todos sus ciudadanos de que los culpables de lo que pasa en Grecia la tienen los «radicales» que acaban de llegar al Gobierno y no quienes, aceptando sin chistar las recetas impuestas por la Troika mientras toleraban niveles escandalosos de evasión fiscal, de clientelismo y de corrupción entre los suyos, llevaron al país a su actual situación.

Una Europa que intentó con advertencias que sonaron a claro chantaje que siguieran al timón los causantes del desastre y que parece considerar normal y casi felicitarse de la salida masiva de capitales de ese país como castigo al nuevo gobierno y para disuadir de paso a quienes en otras partes del continente pudieran sentirse tentados a seguir su ejemplo.

Esa misma Europa democrática que tan poco ha hecho por acabar con los paraísos fiscales y una competencia fiscal claramente desleal entre los propios socios de la UE que beneficia únicamente a las multinacionales y tanto perjudica a la recaudación de impuestos que deben servir para financiar al cada vez más amenazado Estado de bienestar.

Una Europa que sólo parece fijarse en las cifras macroeconómicas, que son las únicas que interesan a los mercados, y que no parece conmoverse en cambio ante el drama cotidiano de toda esa gente que se ha quedado sin casa, sin trabajo o sin tratamiento médico para sus males, o sin todo ello al mismo tiempo.

Una Europa en la que se pagan salarios muchas veces de miseria, en la que el empleo es cada vez menos estable y, como consecuencia de todo ello, prolifera el fenómeno de los «working poor», de los trabajadores pobres, porque tal parece ser el modelo laboral del siglo XXI.

Una Europa en la que los jóvenes de muchos países, sobre todo los universitarios, se ven obligados a emigrar y aportar a otros sus conocimientos y su talento si es que tienen la suerte de encontrar allí el trabajo que no hallaron en casa.

¿Es la Europa que queremos una en la que un solo país, por importante y poderoso que sea, decida lo que deben o no deben hacer los demás y no permita, a menos que se trate de algún país grande e influyente como Francia, la mínima flexibilidad en la aplicación de sus recetas?

Como ha escrito el analista Martin Wolf en el poco sospechoso Financial Times: «Se supone que la UE es una unión de democracias y no un imperio». Los griegos tienen razón en pedir tiempo, añadía Wolf, pero «a fin de postre, tendrán que convencer a sus socios de que se toman con seriedad las reformas».

La cuestión es si les permite decidir democráticamente qué reformas son las que necesita sul país en este momento: si las que sólo interesan a sus acreedores, los otros Estados de la UE y el poderoso Banco Central Europeo, o las que ellos mismos consideran que son imprescindibles ante la catástrofe humanitaria a la que deben hacer frente de modo inmediato.

Hemos oído que el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ha exigido al Gobierno de Alexis Tsipras que se olvide de lo que prometió a sus ciudadanos, como la subida del salario mínimo o la readmisión de los funcionarios despedidos, porque no es lo acordado por la Troika con sus predecesores.

Y lo escandaloso parecen ser para muchos europeos las promesas que llaman «utópicas» de Syriza, y no la intromisión del ministro alemán en los asuntos de gobierno griegos después de no ganaran allí sus favoritos.

Decididamente, esa Europa egoísta, insolidaria y poco democrática en la que no dejan de crecer las desigualdades no es la que se nos prometió un día ni la que queremos.