La vida que llevamos hoy suele estar llena de ajetreo, turbulencias y prisas. Nos domina el trajín, nos agobian las tareas, nos desvelan los problemas, nos asedian las dificultades, nos espolea la competición€ ¿Cómo mantener la serenidad? ¿Cómo saber qué es lo importante y qué es lo accesorio? ¿Cómo librarse de las trampas que la urgencia nos tiende en forma de opciones que parecen inevitables?

Decía Ldwing van Beethoven: «Ten serenidad. Solo considerando con tranquilidad nuestra existencia, llegaremos a conseguir nuestro propósito». Para ello hay que tener un propósito. Y creo que el principal es tratar de ser felices. ¿Cuántas veces, ante la muerte de un ser querido, nos hemos dicho que es necesario ordenar nuestra vida en orden a lo verdaderamente importante? «¿Cuántas veces nos hemos sorprendido corriendo sin saber a dónde íbamos? « ¿Por qué tanta prisa si acaso vamos en la dirección equivocada? Todo pasa, solo la serenidad permanece», apuntaba Lao Tsé.

Acabo de recibir, como obsequio de la autora, el libro de Cristina Gutiérrez Lestón titulado Entrénalo para la vida. El subtítulo no puede se más esclarecedor: «Hay padres que preparan el camino para sus hijos y padres que preparan a sus hijos para el camino».

Cristina es una educadora nacida en Alemania que está trabajando desde 1986 con niños y adolescentes en contacto con la naturaleza. Es codirectora de la Granja Escuela de Santa María de Palautordera (una localidad del Montseny, a cuarenta kilómetros de Barcelona). Por la Granja pasan cada año más de diez mil niños y niñas en una estancia de tres días. Allí pretenden que los niños sientan la naturaleza, que convivan en armonía y que exploren su mundo emocional.

He leído el libro de un tirón y, entre las cosas que me han llamado la atención, está la pregunta que un día le hace a Cristina su hijo pequeño: «Mamá, ¿qué es la serenidad?». Ella comenta: «Intenté utilizar diferentes sinónimos para definirla, hasta que me di cuenta de que no sabía definirla bien, cómo explicarlo para que un niño relativamente pequeño lo entendiera». Poco tiempo después, en una conferencia del doctor Mario Alonso Puig escucha un cuento que se lo aclara. Lo comparto con mis lectores y lectoras.

Hace mucho, mucho tiempo, en un país lejano, vivía un rey viudo que se preocupaba mucho por la educación de su único hijo y heredero, que entonces tenía doce años. Un buen día el rey quiso explicarle a su hijo el significado de la palabra serenidad. Los maestros del niño, los sabios del palacio y hasta el mismísimo rey lo intentaron, pero el muchacho no conseguía entenderlo. El rey estaba preocupado, ya que para él se trataba de un concepto básico y necesario para un futuro monarca.

Su Majestad, con una cultura y una sensibilidad muy avanzadas para su época, tuvo una idea: si las palabras no daban fruto en la mente de su hijo, tal vez lo harían las imágenes. Y así fue como el rey ideó una gran exposición de pintura en la que el tema central sería la serenidad. Dicho y hecho, su secretario personal se puso en marcha para obedecer las órdenes de su Majestad e hizo llegar la noticia a todos los rincones del reino, puesto que el rey impuso como norma que todos los súbditos pudieran participar, fueran o no artistas y que ninguna obra, por mala que fuese, quedase descartada de la gran exposición que se haría en la gran sala del trono. Una bolsa de oro sería el premio.

Las obras empezaron a llegar y a llenar la gran sala del trono. Había tantas que el secretario quiso poner un poco de orden clasificándolas personalmente, según la calidad, la belleza de paisaje y la gama de colores€ Las obras de poca calidad quedaban relegadas a la última pared, la más oscura y escondida.

Un día, antes de la gran exposición, un viejo que vivía en lo alto de una montaña y que de joven había sido pintor trajo su cuadro. Cuando lo vio el secretario quedó horrorizado. Pero, ¿qué era aquello? Los colores oscuros, negros, grises, dominaban la tela, que representaba una terrible tempestad en el mar y unas olas que rompían con fuerza en el acantilado. El hombre no podía evitar cierto miedo al mirarlo. Aunque la calidad era bastante aceptable y, probablemente, el artista tenía talento, no lograba entender cómo eso podría llevar el título Serenidad. El secretario y sus ayudantes pensaron hasta en esconder el cuadro para que el rey no se enfadara al verlo en medio de aquella sala fastuosa llena de bellas obras de arte.

El día de la inauguración, la plaza real se llenó hasta los topes. Artistas, súbditos y la nobleza en pleno querían ser los primeros en ver la exposición más grande que jamás se había celebrado en el reino. Delante de la comitiva iban el rey y su hijo, emocionados porque por fin el heredero podría entender el significado de la palabra serenidad.

El rey miraba todos y cada uno de los cuadros con intensidad: puestas de sol, el mar en calma, los prados llenos de flores, las montañas nevadas€. Después de un buen rato llegó a la última pared, la más oscura.. Cuando el rey vio aquel cuadro terrible, la cara de sorpresa del monarca hizo temblar a su secretario, temeroso por un momento de perder su cargo. El monarca se acercó al cuadro, lo miró con interés, se alejó y volvió a acercarse hasta casi tocar la tela con la nariz. Entonces se volvió, miró a su secretario y dijo:

Este es el cuadro ganador. Hijo, acércate para ver qué es la serenidad.

El secretario se quedó boquiabierto. ¡No entendía nada!

El muchacho se acercó y pudo observar que en medio de aquella terrible tempestad, entre los relámpagos y el cielo ennegrecido, había una roca que sobresalía del mar y encima de ella un pequeño nido de pájaros. Se acercó un poco más y pudo ver que dentro del nido había una madre pájaro dando de comer a sus cuatro crías.

El rey, entonces, le dijo:

Hijo, eso es la serenidad: saber, en medio de la tormenta, cuál es tu prioridad.

Hay tormentas de todo tipo. Tormentas emocionales, laborales, familiares, económicas, políticas, sociales€ ¿Qué hacer?, ¿cómo actuar?, ¿cómo mantener la calma€? La respuesta nos la da el anciano pintor del relato. Sabiendo elegir la prioridad a pesar de cualquier contratiempo, de cualquier vicisitud, en medio de cualquier tormenta. Mantener la calma para saber qué hacer y tener el valor de hacerlo..

«La serenidad es la virtud por excelencia, la belleza suprema, la suprema expresión», decía Amado Nervo. Todos conocemos a personas que poseen esta rara virtud. Personas que mantienen la calma, que permanecen tranquilas, que saben guarecerse de la tormenta exterior. Y, por el contrario, a personas que se agitan en la ansiedad de sus propios pensamientos y de sus circunstancias. Conocemos también personas que contagian la intranquilidad, la desazón, el nerviosismo y otras a cuyo lado se instala la serenidad y la tranquilidad en que se puede pensar, dialogar y actuar con calma y sosiego. Oigamos al poeta Horacio que tan reflexiva y bellamente escribió: «Cuando el día se nuble y el trueno ruja, consérvate sereno».