Sin un capataz encima no trabaja nadie. Ignorar ésto acabó haciendo fracasar el marxismo realmente existente, pues una vez liquidados los capataces privados hizo falta un capataz de Estado, que convirtió la sociedad en campo de concentración. Tener trabajo es una bendición, pero trabajar es casi siempre una maldición bíblica, el castigo divino tras la expulsión del paraíso. Aunque al capataz se le detesta siempre, nadie cuerdo duda de su necesidad. Algunos tienen madera para capataces, y gozan con su trabajo. Es el caso de Alemania, el país-capataz de Europa y casi de Occidente (el de Oriente es el Partido Comunista Chino). Muchos gobiernos de la UE critican a su capataz la inflexibilidad (que lleva en el código de barras), pero ninguno quiere asumir ese papel de estricta gobernanta, entre otras razones porque exige predicar con el ejemplo, y esto siempre es mejor que lo haga otro.