Aunque el AVE en España viene de la Expo de Sevilla de 1992, la mayor parte de estos veloces pájaros fue incubada al calor de la burbuja, que engordó durante casi una década las arcas públicas. El AVE puede que tenga demasiado peso para volar tan alto, y habrá que controlar la población, pero cortar las alas a los pollos a punto de volar sería un crimen y un nuevo derroche. A los que proponen el recorte habría que pedirles que concreten, y hagan las cuentas de lo que costaría, en términos de capital improductivo, de deterioro de lo empezado y de desequilibrio territorial, parar máquinas ahora. Un mal endémico de España es la improvisación en el hacer y en el deshacer, fruto de nuestro adanismo, que nos lleva a parar a cada tanto el mundo y empezarlo de nuevo, como ya ocurrió con las renovables. El AVE pide a gritos un aterrizaje suave, pero apagar motores de repente es estrellarlo.