Volvieron a emitir Ben-Hur (¡qué desfasado suena el viejo doblaje al castellano!), como corresponde a una buena Semana Santa televisiva, y llovieron los documentales más o menos rigurosos sobre la figura histórica de Jesús de Nazaret, una aportación de la multiplicidad de cadenas traída por la TDT. Es la nueva norma telepascual: por estas fechas el zapping tropieza inevitablemente con arqueólogos que abren sepulcros de piedra con inscripciones en arameo, investigadores que se sumergen en las profundidades de antiguos rollos de texto hebraicos y antropólogos que examinan huesos de hace veinte siglos cerca de los que se han descubierto unos clavos herrumbrosos. Para hacer la cosa más interesante, a menudo los productores insertan en el programa recreaciones escenificadas de los supuestos hechos, sin que se avise al espectador sobre el grado de fantasía que contiene la recreación.

De ese material audiovisual lo hay que vale la pena, lo hay que se deja ver, y lo hay que directamente provoca risa. Casi todo lo que se emite parte de la base de que Jesús existió y de que los Evangelios son una prueba suficiente de ello. Es lógico, porque si se parte de la premisa contraria, es decir, que Jesús es un mito en su totalidad, o la inflación mítica de un personaje mucho menos relevante, no se podrían hacer todos esos documentales. Una vez argumentado que los testigos no cristianos de su existencia son escasos y hablan de oídas, se acabaría el programa y el tema. Por lo tanto, se da por aceptada la premisa inicial sobre la existencia de Jesús y se investigan las circunstancias, aceptando también -al menos, los más rigurosos- que los Evangelios contienen licencias poéticas y muchas lagunas, y que la tradición las ha llenado sin partir de ninguna base comprobable.

Esto es lo que hacen los documentales más serios, pero los hay que se adentran en el terreno tramposo del «¿y si...?», muy utilizado en la divulgación apocalíptica pseudocientífica. Ésta última consiste decir, por ejemplo: «Miles de asteroides flotan en el espacio. ¿Qué pasaría si uno de ellos cayera sobre Nueva York?». Y a partir de aquí convocas a los científicos a hacer comentarios sólidos sobre una base líquida, por no decir gaseosa. Con Jesús, muchos hacen lo mismo. Un día encuentran unas piedras de hace veinte siglos en la antigua Galilea, alguien se pregunta: «¿Podría ser la casa de José y María?», y ya podemos reconstruir «científicamente» la vida y milagros de la Sagrada Familia. Recreaciones fílmicas incluidas.