No tienen la sensación de que el fin de Mad men es también el fin de toda una época en las series de televisión actuales? Empecé a pensar en ello por primera vez cuando terminó Boardwalk Empire, pero de aquéllas todavía los publicistas de Madison Avenue mantenían encendida la llama de los grandes personajes protagonistas como columnas maestras de las grandes series de televisión. Terminó House. Terminó Breaking Bad. Homeland se convirtió en otra cosa tras la muerte de Nicholas Brody. Habían acabado hace ya mucho The Sopranos y The wire. Todo el mundo habla sobre la Edad de Oro de las series de televisión, y a lo mejor esa Edad de Oro comienza a desvanecerse delante de nuestras narices. No vale Juego de Tronos. True Detective se abre y se cierra cada temporada, por lo que no es comparable a las otras series. Orange is the new black no es más que un gigantesco anuncio de jabón Dove. Aún es muy temprano para echar las campanas al vuelo con Better call Saul. The Walking Dead ya es pura inercia. Sí, sigue siendo interesante The good wife, pero, bah...

Y es curioso, porque en el fondo Mad men trata sobre el choque entre los años 50 y los años 60, es decir, sobre el final de una época y el comienzo de otra en la sociedad norteamericana y sobre cómo los publicistas fueron los verdaderos creadores de ambas. Don Draper se marcha al cielo de los grandes protagonistas para sentarse al lado de Walter White y Tony Soprano, y ya empieza a haber más y mejores personajes en el reino de las series del pasado que en la república de las series actualmente en emisión. Nadie espera el regreso de David Simon o Aaron Sorkin. De pronto, sin que nadie lo esperase, todo el peso de la Edad de Oro de las series de televisión acaba de recaer sobre House of Cards. Ya sólo nos queda Frank Underwood. Pero no hay que preocuparse: el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos es lo suficientemente malvado como para cumplir esta tarea sin dejar de orinar sobre la tumba de su padre.