Era hasta poético y un recurso empleado como epitafio de la Semana Santa que se acababa. Esa gota de cera entre la baldosa y que ahí seguía pasadas las semanas siendo testigo de pisadas y prisas. Del ajetreo de una ciudad que recuperaba la normalidad. Hasta se habló de ella en un pregón en el Cervantes. El chirriar de los neumáticos servía además de larga despedida a siete intensas jornadas en las que el tiempo es relativo y la actividad frenética. Pero el Ayuntamiento de Málaga le ha declarado la guerra a las velas de los nazarenos. Desde hace años no para de intentar inventar soluciones para dar con la cera que no manche. Un empeño exagerado y que va a acabar en nada. Primero usando un producto que se aplica antes de que pase la procesión y que convierte las calles en auténticas pistas de patinaje o sálvese quien pueda. Ahora, pretendiendo que las cofradías aquieran unas velas hidrosolubles que ha creado la empresa Repsol y cuyos restos pueden retirarse de la calzada con un manguerazo.

Poco más se sabe de este invento. Ni cuánto más va a costar, ni cómo va a afectar a los cereros que aún las elaboran de forma artesanal, si se respetarán las calidades tradicionales, largo y diámetro, cómo será la combustión, si las cofradías podrán mantener sus colores, que no son capricho sino que se eligen por el carácter o la simbología de la propia hermandad...

Aquí parece que lo único que importa es que su limpieza cueste lo menos posible. Y ojo, que comprendo el celo del Ayuntamiento, porque al fin y al cabo su obligación es sacar el máximo rendimiento siendo eficaces y baratos. Pero no nos engañamos. Estamos hablando de Limasa. ¡Limasa! Y los cofrades se preguntan por qué no demuestran nuestros munícipes el mismo interés por otros aspectos que afectan a la limpieza de Málaga. Porque aquí se celebran medias maratones y tres cuartos y las calles quedan bien curiosas (entiéndase la ironía). Y la Feria. ¿Qué va a pasar con la Feria? ¿Inventamos también el botellón hidrosoluble?

La ciudad es ese espacio compartido en el que todos tenemos cabida. La Semana Santa es una manifestación de religiosidad popular que transforma el Centro. Y esa mutación, irremediablemente, genera unos gastos que, sin duda, se ven compensados por el impacto económico que provoca. La inversión en limpieza debe ser asumida con normalidad, como un gasto fijo. Sin buscarle tres patas al trono.