La divinidad del siete se atribuye, entre otras cosas, al número de agujeros que hay en la cabeza. Un estudio publicado en Nature permite, mediante un algoritmo, datar la edad de un individuo por la evolución del tamaño de los orificios y la distancia entre ellos. En síntesis, con la edad la boca ensancha, la nariz crece, la distancia entre una y otra aumenta y la que separa los ojos se acorta. Al parecer las orejas crecen también. La obsolescencia programada del cuerpo no hace excepciones, y la morfología va de la mano de la fisiología. Yendo más allá de la ciencia, quizás podríamos imaginar que esos movimientos de dilatación y contracción en el rostro sean un retumbo periférico de los del corazón, que desde el centro movería muy lentamente la carcasa. Los segundos los marcaría el corazón, y los años la cara, mediante la disposición de los siete agujeros en la esfera del reloj.