Iban mucho al cine. Rescato esa información de la hemeroteca en los días en que Griñán sustituyó a Chaves en la Junta de Andalucía. «Son muy amigos», se decía en las crónicas. Aunque no estuvieron juntos en la llamada foto de la tortilla (aquella en que González, Guerra, Chaves y una docena más de socialistas comían naranjas en unos pinares sevillanos en la primavera de 1974), su amistad era la clave de aquel paso político. Me apasionan los cursos fluviales de las relaciones humanas. Vidas que son ríos, si, y que no pueden darse las manos de agua para así caer juntos por la catarata que en ocasiones es la vida con mayúsculas.

Hace tiempo que parece que aquellos dos amigos no se agarran de la mano. Ni van al cine juntos, supongo. Porque tras declarar uno que el asunto de los ERE fue «un gran fraude» y el otro que los jueces dirán «si hubo fraude y si éste fue pequeño o grande», uno de los dos al menos no debe de estar para compartir palomitas con el otro en la cálida semipenumbra de la sala.

La mal llamada «sucesión» (qué daño se le hace a la democracia dando por buenas estas definiciones) de Manuel Chaves por su amigo José Antonio Griñán tras 19 años como presidente andaluz les acercó a la catarata. Los cordones umbilicales siempre se rompen y el sudor del cargo te ajusta la ropa al cuerpo aunque hayas recibido el traje grande de tu antecesor. El carácter de Griñán era muy distinto del de Chaves. La fluidez de sus discursos, sus ensimismamientos (ambos estuvieron o acabaron ensimismados), su apariencia intelectual, se fueron diferenciando cada vez más hasta llegar al 38º congreso del PSOE. Ya la bicefalia entre lo orgánico y lo institucional había dado muestras de falta de lubricante. Así que no sorprendió la intención declarada de Griñán de ser el secretario general del partido en Andalucía y no sólo presidente del Gobierno. No se trataba de matar al padre, ya que sus trayectorias habían fluido más una al lado de la otra que debajo, sino de separarse del amigo que no se calla cuando queremos ver solos la película.

En el congreso socialista Chaves optó por Rubalcaba. Griñán no. Aunque se nos vendió aquello de la «abstención activa» o algo así, Griñán optó por Carme Chacón (a la que llamaba siempre «Carmen» de manera obviamente intencionada).

Y la decisión de abandonar la Junta a favor de Susana Díaz también fue sólo de Griñán, porque si hubiera sido por Chaves más que probablemente las cosas habrían sido de otra manera. Pero el gran salto de agua, el despeñarse por separado al vacío de su relación, tras la consideración del desvío de los fondos de los ERE como un «gran fraude» por parte de Griñán, ha sido la decisión de éste de no seguir aforado como senador en esta legislatura andaluza. Aunque la decisión la ha tomado tarde, Griñán deja a su amigo viendo Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann, sentado en un cine sin nadie.