El primer genocidio del siglo XX». Así definió el papa Francisco en el penúltimo domingo de Pascua la tragedia y las masacres que diezmaron hace un siglo al pueblo armenio, en tierras del antiguo Imperio Otomano. Ha sido el día de ayer un centenario del dolor en el que más de 24 millones de armenios cristianos conmemoraron en todo el mundo, como descendientes de las víctimas, aquella atrocidad. Es importante que no se sientan ni solos ni olvidados.

Las simples operaciones aritméticas son siempre útiles para seguir las huellas de un genocidio. En 1913 vivían 2 millones de armenios en un decrépito Imperio Otomano. En lo que es ahora la actual Turquía. Es cierto que aquellos gobernantes fueron a lo largo de la historia muchas veces más tolerantes con sus súbditos que en otros lugares vecinos. Pero algo terrible ocurrió en aquel rincón del mundo. Unos pocos años después los armenios de aquellos lugares no llegaban a 200.000. La mayoría de los que faltaban habían sido exterminados, borrados de la la faz de la tierra. Los más afortunados se refugiaron en el exilio. Otra diáspora. Niños, mujeres y hombres. Los armenios todavía llaman a esa tragedia «Meds Jeghern», el gran crimen.

El Sultán de los Otomanos, Abdul Hamid II, gobernaba desde la más profunda paranoia aquel imperio, ya en su ocaso. Desquiciado, estaba obsesionado por la minoría religiosa y étnica que representaban los armenios. Al fin y al cabo llevaban siglos viviendo allí. Mucho antes de la llegada de los otomanos y de la caída de Constantinopla. Abdul Hamid II instigó las primeras masacres contra sus súbditos armenios. Sus sucesores fueron aún peores. «La solución final» fue el genocidio de 1915. Casi treinta años después, se repitió la historia. Cuando los sucesores nazis de los antiguos aliados de Turquía en la Primera Guerra Mundial , los Imperios Centrales, Alemania y Austria, vieron en sus conciudadanos judíos el enemigo total que debía ser exterminado.

Pero hay una gran diferencia. Alemania y Austria pidieron perdón a sus víctimas. Y las leyes alemanas no toleran el nazismo. Los descendientes de aquellos armenios sacrificados en un genocidio doblemente cruel siguen esperando que en Turquía les pidan perdón. También esperan que un día desaparezca del Código Penal turco el que sea delito decir que aquel genocidio existió. Tengo buenos amigos en Turquía. Desean ardientemente cerrar con dignidad y arrepentimiento ese capítulo doloroso de su historia. Yo también lo deseo. Me siento muy cercano a ese gran país y al legado de los que fueron hace ya mucho tiempo sus habitantes. Entre ellos, judíos, muchos llegados de España, armenios, griegos y tantos otros. Estoy orgulloso de haber ayudado a mis amigos de Estambul, como si de mi propia tierra se tratara, para evitar la reciente amenaza de un atentado paisajístico en el Bósforo, patrimonio de Europa. Lo conté en La Opinión de Málaga, en el otro extremo del Mediterráneo, en ese mar nuestro.