Querido Alfonso: ¿Quién nos iba a decir a ti y a mí hace dos años, cuando empezaste a entrenar con nosotros, que el baloncesto te daría otra oportunidad en la ACB? Aún recuerdo cuando finalizó la temporada pasada y te dije que tenía la intención de proponer que jugaras este año. Sólo tenía una duda, puesto que estaba convencido de que no acabarías la temporada en el Clínicas, que te ficharía un equipo de ACB en unos meses. Tú me dijiste que eso no pasaría, que estabas centrado en tus estudios y que querías disfrutar jugando porque hacía mucho que no lo hacías.

Pues el baloncesto fue justo y te ha dado esa oportunidad porque no conozco a nadie que la merezca más que tú. Y es que has pasado mucho. Muchas lesiones y todas graves. Algún año en el que apenas has contado donde jugabas. Has sufrido mucho seguro. Y lo has hecho como tú eres, en silencio, sin protestar, sin quejarte.

Te he visto entrenar con dolor cada día. Poner el máximo de ti para ayudarnos sabiendo que el viernes tú no podrías jugar. Te he visto ser el más feliz o el más triste en función de si ganábamos o perdíamos, sin duda jodido porque tú querías ayudarnos en la cancha y vestido de corto.

Pero también te he visto disfrutar con la ilusión de un niño de 18 años haciendo la pretemporada con el primer equipo. ¡Qué feliz me hiciste viéndote entrenar y jugar con ellos! El inicio de temporada sabía que iba a ser duro. Tú tenías enormes ganas de demostrar porque habías trabajado tan duro sin jugar y los primeros partidos fueron difíciles. Tuvimos la paciencia para que te encontraras, para que definiéramos tu rol en el equipo. Esa paciencia fue fundamental para que jugaras al nivel que has jugado después. Y tu trabajo.

Pero una vez más aparece otra lesión. Cuando mejor estabas jugando. Eso le pasa a otro y se hunde. Pero tú no. Tú sigues luchando aunque esa lesión, que se pudo arreglar en un mes, se arreglara en dos meses por motivos burocráticos. Y encima eres capaz de reponerte y volver a jugar al nivel que lo hacías antes de esa lesión. Qué alegría me llevé cuando ganamos (yo me siento de ese equipo y nada ni nadie hará cambiar ese sentimiento) en Navarra con un triple tuyo en el último segundo.

Y tu recompensa a todo eso llega ahora con esta oportunidad en Manresa. No te veo pero seguro que estás entrenando con la ilusión de un júnior y aguantando tus dolores, en silencio, sin protestar, sin quejarte, como tú eres.

Tú eres la demostración de que en este mundo del baloncesto algunos tenemos corazón. Yo seguiré creyendo en eso (quizás sea demasiado romántico). Todavía hay días que antes de levantarme y afrontar el día que se me presenta necesito leer ese mensaje que me mandaste aquel día que dejé de ser tu entrenador. ¡Qué mensaje! Me hiciste llorar leyéndolo, cabrón. Y todavía lo leo y me emociono porque está escrito desde el corazón, intentando agradecerme lo que no tienes que agradecer puesto que yo sí que he aprendido de ti que hay que seguir luchando, que cuando la vida te da un puñetazo y te tumba no ha acabado el combate y tienes que levantarte de la lona antes de que el árbitro acabe de contar hasta diez.

Y es que tú eres así. Y eres así porque la vida te ha formado de esa manera y porque tus padres, a los cuales no conozco pero admiro por el trabajo que han hecho contigo, te han educado de una manera íntegra. Ellos seguro que habrán sufrido contigo y ahora disfrutarán de verte jugar como hacemos todos los que te apreciamos.

Yo no sabría darte ningún consejo a alguien como tú. Pero si me gustaría decirte que, ahora que seguro estás disfrutando como un enano, no te olvides de tus estudios. No dejes de lado en este momento ese paso que iniciaste este curso y que, sin duda, es uno de los pasos más importantes que has dado en tu vida. Serás tan buen fisioterapeuta como persona, estoy seguro.

Te seguiré desde la distancia, veré tus partidos y leeré tus estadísticas. Hagas lo que hagas disfrutaré como seguro lo estás haciendo tú. Y lo haré en silencio, sin protestar, sin quejarme, como tú me has enseñado. Y por supuesto, seguiré leyendo aquel mensaje cuando me flaquee el ánimo para levantarme. Te admiro, Alfonso.

Tu entrenador.