Con gesto circunspecto de personaje de El Greco, Mariano Rajoy se permitió hace días un arranque de sinceridad, en un mitin en Alicante: «Creo que no hay casi nada que no nos haya pasado», tras conocerse la detención-exprés de Rodrigo Rato. ¿Qué más le puede pasar al presidente del Gobierno tras el desgaste inmisericorde de la crisis, los recortes impuestos por la troika, el caso Bárcenas, la caja B, el escándalo de Bankia y la detención de Rodrigo Rato? Que el PP obtenga malos resultados en las elecciones de mayo y que intenten descabalgarlo los enemigos de casa.

Muchos vieron la mano de Rajoy en el cogote de Rato, cuando el exvicepresidente del Gobierno tuvo que doblar la testuz para dar con sus reales en el asiento trasero de un vehículo, custodiado por agentes de la Policía de Aduanas. Y otros tantos quisieron presenciar en esa detención sobreactuada y en su retransmisión mediática la mano del Gobierno, con el ánimo de convertir el auto sacramental de escarnio del hijo adoptivo de Gijón, si no en una vendetta, sí al menos en un blanqueado público de ciertas miserias populares. Mas parece que el caso Rato se ha vuelto contra el PP con el efecto de un bumerán, pues ya se sabe que el proyectil regresa al punto de partida cuando se falla el blanco.

¿Puede estar siendo Rajoy víctima de un golpe de mano? ¿Hay en el PP, nervioso por el resultado de las encuestas, ruido de sables? Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia y del PP gallego, quien podría estar detrás de una operación para sustituir a Rajoy si las cañas se les vuelven lanzas a los populares en las locales y autonómicas de mayo, ya dijo la pasada semana que el líder de los populares debería "reflexionar" sobre su futuro si pierde esos comicios a la vuelta de la esquina.

Queda por ver si, sepultada la vieja guardia aznarista, con Rato como último barón descendido a los infiernos del raterismo fiscal, Rajoy se entrega a la historia del arte y, al modo descarnado del Saturno desabrido de Goya, seguirá devorando, uno a uno, a todos los hijos del PP que osen hacerle sombra de aquí a las elecciones generales. En ese caso, Núñez Feijóo debería cubrirse la espalda y certificar con pólizas su conducta intachable si Rajoy le considera alineado en el bando de las conspiraciones.

Sea como fuere, igual que en la pintura negra y atormentada del genial pintor aragonés, se ve en las últimas apariciones públicas del presidente del Gobierno a una divinidad crepuscular y pagana de ojos desorbitados, envuelto en una sensación de negritud a caballo entre la destrucción y la melancolía. Quien hizo carrera dejándose mecer por el calendario, parece ahora apretado por la arena del reloj del tiempo, ese animal implacable que nos devora. Y que políticamente da la sensación que a Rajoy le pasa factura.