Es mentira, no estamos sobrecogidos por los setecientos u ochocientos muertos, los que sean, que reposan ya en el fondo del Mediterráneo, devorados sin pausa por los mismos peces que quizá, a no tardar mucho, lleguen a las mesas de nuestros restaurantes. Hay una teatralización de la angustia provocada por nuestros sistemas reflejos. Pongamos que se trata de un sufrimiento metódico, de carácter cartesiano: el «pienso, luego existo» por el «sufro, luego soy buena gente». Si usted dirigiera un programa de radio, un periódico, o un informativo de televisión, no tendría más remedio, frente a la noticia, que editorializar con pena. Una mera formalidad. No solo se falsifican los medicamentos y los bolsos de Loewe, también hay una industria que copia las emociones y de la que participamos todos en mayor o menor medida.

Lo que impresiona de los setecientos u ochocientos interfectos recientes es que se hayan muerto de golpe, cuando estamos acostumbrados a que lo hagan a plazos, como si estuvieran saldando una deuda. En realidad, el mar se los traga a miles cada año, pero a cuotas periódicas perfectamente digeribles para nuestra sentimentalidad económica. Esto de que se vayan a pique a cientos, de golpe, resulta escandaloso, como si en las vallas de Ceuta o de Melilla, en vez de apalearlos uno a uno, montáramos un espectáculo como el que se ve en los documentales sobre la caza de las focas. Nuestra sensibilidad no podría soportarlo. No lo podría soportar, insistimos, por puro método, porque las cosas no se hacen así. Hay unos protocolos y unas formalidades que todos tenemos que cumplir, ellos, los que se ahogan, los primeros. Pónganse en fila para ahogarse, por favor.

Así las cosas, a los ministros de la UE les ha dado un ataque cartesiano de mala conciencia y se han reunido o están a punto de reunirse, ahora no caigo, para hablar del asunto porque hablar es gratis. Desde que se produjo el naufragio, no hemos hecho otra cosa que hablar, además de echarnos teatralmente las manos a la cabeza, como si fuera la primera vez que ocurre algo parecido, como si no fuera a suceder mañana, aunque quizá mañana volvamos a los plazos. Palabras, palabras, palabras. También yo.