Paulo Coelho sería el primero en la lista Forbes si le dieran un euro por cada vez que supuestamente ha invocado la sonrisa en una frasecita. De hecho, es el recurso favorito de los amantes del refranero, de los proverbios y de las tarjetas de felicitación.

La sonrisa es uno de los gestos más camaleónicos e intrigantes de la condición humana, pues tan pronto denota franqueza como oculta un oscuro sentimiento. Existen sonrisas interesadas por las que según Sun Tzu se consigue mantener cerca a los enemigos, como la de Susana Díaz pactando su investidura, la del amigo que te apuñala por la espalda, la de Chaves al admitir que abandona la política por filantropía o la de Maduro cuando tiende la mano a Rajoy después de insultarle hasta la extenuación. También tenemos sonrisas de alivio, como la que se le dibuja al Elvis portuario Paulino Plata cuando ve atracar en Málaga al Allure of the Seas, la del PP al ser exculpado por la fiscalía anticorrupción de un delito fiscal, la del Madrid cuando le toca la Juventus en el sorteo de Champions y la de Varufakis al ser destronado con honores de su responsabilidad como interlocutor ante sus acreedores.

No menos importantes son las sinceras e ilusionantes sonrisas de los Bomberos Sin Fronteras que se encaminan hacia el derruido Nepal, la de una madre al recibir este próximo domingo el abrazo de su hijo, la de los vencedores en el Festival de Cine de la ciudad, la de Suzanne Topalian al ser designada por la revista Nature como una de las científicas más influyentes del año por sus avances en el estudio de la inmunología o la del enfermo que escucha de su médico la palabra benigno.

Para mi gusto las peores son las fingidas, como la que esboza el director del banco mientras te escupe a la cara que lo de tu desahucio depende de la central, la del recién aparcado al decirte que no se va, la del gorrón de barra cuando te halaga a cambio de un vino, la del tonto de baba que critica sin saber para dañar gratuitamente, la del falso denunciante que se felicita al comprobar que por el momento su mentira ha colado y la del cliente sinvergüenza que con todo el descaro te dice que mañana te pagará.

La sonrisa que aún no he conseguido descifrar es la que le aparece a mi mujer cuando ve a Farouk en El Príncipe. Eso es una sonrisa misteriosa y no la de la Mona Lisa.

Hablando en serio, la sonrisa es un arma muy poderosa. Lo mismo inspira cercanía que agradecimiento, por eso violarla con segundas intenciones es un insulto a la sinceridad y disfrazarla para conseguir oscuros objetivos es tanto como tender una trampa a quien confía en ti. Una deshonra para quien la pervierte y un engaño para quien la recibe.

La sonrisa es sinónimo de empatía y de felicidad, la mejor carta de presentación. Hay gente buena que a fuerza de perfeccionarla consigue sonreír hasta con la mirada, son esas personas que transmiten limpieza de alma y calidez en el trato, esas que acarician sin tocar, que te hacen sentir comprendido.

Últimamente faltan motivos para sonreír, pero ganas, lo que se dice ganas, tenemos todas las del mundo. Y ya va siendo nuestro turno.