No recuerdo cuál fue mi primer libro, aquel que llevaba la dosis necesaria para convertirme en adicto irrecuperable ya para siempre. No recuerdo cuál fue, pero intuyo que ni siquiera lo leí yo mismo, sino que me llegó a través de la voz de otro, es probable que la de mi hermano Manuel, que era quien más se ocupaba de esas cosas. Así que debo repartir las culpas de todo esto que me pasa a partes iguales entre ese primer libro y mi hermano mayor.

Aquella primera dosis dejó un eco de felicidad que he seguido buscando ya incansablemente, sin pausa. Alguna vez he dicho que soy muchísimo mejor lector que escritor. Escribir produce en ocasiones más desasosiego que placer. Se escribe con dolor más veces de las que son convenientes para la salud física y mental. Decía Goytisolo el otro día, cuando fue a recoger el Cervantes, que «en términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta (…). Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor». Si, por esas maldades del destino, eres como yo del segundo grupo, un «incurable aprendiz de escribidor», tu vida será difícil, insatisfactoria, una vida de constante insatisfacción y pies fríos.

En cambio, leer es siempre un acto satisfactorio si tenemos en cuenta una simple regla: «solo se debe leer aquello que no se puede dejar de leer». Lo demás, es necesario decirlo de una vez por todas, no merece la pena, tenemos muy poco tiempo y no está bien desperdiciarlo en bobadas, en cosas absurdas que no llevan a ningún sitio, y cuando digo ningún sitio quiero decir al fondo de algo. Se publica mucho, pero no todo tiene la capacidad de emoción y de conmoción que debe tener la literatura si es de eso de lo que estamos hablando.

Pero arriésguense. Busquen ese libro que les sacuda el alma. Ahora es buen momento. Los libros están en la calle, como sueños migratorios, como pájaros de temporada que llegan, otro año más, a su feria, instalados en casetas a las que uno puede acercarse para ojear y hojear con calma, pensar lo que quiere llevarse a casa, lo que le gusta, lo que le asombra, lo que le fascina y le apasiona. En estos días en que los libros salen a buscar a la gente dejen que se les acerquen. Puede que alguno sea el que usted estaba buscando, queriendo y necesitando, acaso sin saberlo.