Febrero de 2011: el edificio situado en la esquina entre la calle Torregorda y la Alameda Principal deja de existir para pasar a convertirse en uno de esos solares eternos en los que esta ciudad es tan pródiga. Ay, ¿en qué momento dejamos de invocar la Lex, aquellos viejos bronces que en su capítulo LXII enunciaban «Que nadie desteje, destruya ni ordene que se demuela en la ciudad del Municipio Flavio Malacitano edificio alguno, ni los edificios que están cerca de esta ciudad, que no vaya a reconstruir en el término de un año?». Desde entonces ya han pasado más de cuatro. Mientras tanto, las obras del metro encaran su fase más espinosa en su camino hasta el corazón de la urbe: el trazado hasta la estación de Atarazanas, que estará situada justamente ante el solar mencionado y a muy poca distancia de él. El primoroso render que recrea su marquesina tiene como fondo la tapia del espacio vacante, y su contemplación suscita una profunda melancolía: ¿es que no era posible haber situado la salida en los bajos del futuro edificio, y que éste se construyese con posterioridad, envolviéndola? Seguramente esta propuesta implicaría ciertos encajes de orden técnico y jurídico, pero eso no es nada comparado con embovedados de cauces o puentes sobre la bahía con los que nos desayunamos habitualmente, y las relativas dificultades se verían compensadas con unos muy tangibles beneficios para la vida ciudadana.

En los tiempos de la Roma antigua todavía no se habían inventado los ferrocarriles metropolitanos, y por eso la Lex Flavia no contemplaba contingencias como la citada. De haber existido éstos, habría impuesto a los titulares del solar la servidumbre de alojar en su interior la boca de la estación, despejando así de obstáculos el lateral de la Alameda. Que la demolición del nº 22 de esa vía no haya sido en vano.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto