Hace unos días Juan Torres, catedrático de Economía Aplicada por la Universidad de Sevilla, efectuó unas declaraciones en las que decía que los programas económicos de Equo, IU y Podemos son «prácticamente idénticos». La afirmación es equívoca y equivocada, pues las diferencias entre el programa económico de la formación ecologista con los programas económicos del resto de formaciones políticas -incluida la derecha- son sustanciales como se verá. Existen más fines y objetivos compartidos entre las políticas económicas de las restantes formaciones políticas entre sí, que entre cualquiera de ellos y la de la formación ecologista. Y no me refiero con ello a las propuestas concretas que se recogen en cada uno de los programas electorales, ya que pueden existir coincidencias entre los de la izquierda, ni tampoco aludo al hecho de utilizar el término sostenible como adjetivo de cualquier propuesta económica o política, para entender que por dicha sola nominación la propuesta es ya sostenible.

Si fuera cierta la identidad de dichas políticas económicas podrían traerse aquí los versos de León Felipe que dicen: «...ya no hay locos. Se murió/aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y... ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo». Tal coincidencia sería la prueba de que tanto la vieja como la nueva izquierda se habían hecho ecologistas. O que el cambio climático ya lo habíamos solucionado. Pero ni lo uno ni lo otro. El problema subsiste y los ecologistas aunque puedan parecer estrafalarios no están locos, son los únicos cuerdos, terrible y monstruosamente cuerdos como decía el poeta.

Veamos pues cuales son las diferencias entre el programa y la política económica ecologista y los programas y las políticas económicas de las restantes fuerzas políticas de la izquierda. La primera y fundamental diferencia proviene de los objetivos y fines que persiguen las políticas económicas de las distintas fuerzas políticas. Mientras para los ecologistas la idea rectora que alumbra toda su política es la del respeto a los límites que impone la naturaleza, la izquierda -igual que la derecha- parte de la vieja idea común de que el progreso social se alcanza a través de la producción y el consumo sin límites.

Este modelo económico depredador origina un sobreaprovechamiento del medio ambiente, que se traduce en: la utilización de los recursos renovables por encima de su tasa de regeneración, la explotación de los recursos no renovables sin tener en cuenta sus existencias limitadas y el grave sobrepasamiento de la capacidad de asimilación de residuos por la biosfera. Consecuencia de ello, la función de sustento de la vida que tienen los sistemas naturales está siendo gravemente afectada y está sufriendo alteraciones a escala global como: la disminución de la capa de ozono, el cambio climático o la pérdida de biodiversidad. O sea que hemos creado un problema mayor para la generación presente y también más injusto para las generaciones futuras. La finitud del planeta admite pues una única solución: la subordinación de la economía a los límites que nos impone la naturaleza. Esta premisa de sentido común no se recoge, sin embargo, en los programas económicos de los partidos políticos no ecologistas.

La segunda gran diferencia entre las políticas económicas de Equo (la formación ecologista) y el resto de formaciones políticas -tanto de la izquierda como de la derecha- radica en que para aquélla el medio ambiente es un sistema por el que cada generación recibe un legado natural de las generaciones anteriores, que a su vez debe ser transmitido a las generaciones futuras. Es decir, la naturaleza en cuanto bien común -no bien público ni privado- a la vez que brinda a cada generación el derecho de usar y disfrutar el legado de los antepasados, le impone el deber de transmitirlo a las generaciones siguientes al menos en el mismo estado de conservación que lo recibió. Lo contrario es reconocer a la generación presente un derecho a imponer un daño ecológico a las generaciones futuras, que no tiene otorgado. Esta segunda premisa también es de sentido común, pues la sociedad está compuesta por una sucesión de generaciones, no por una sola: la que en cada momento habita el planeta. Ambas premisas tampoco aparecen vinculadas -una a otra- en los programas económicos de los partidos políticos no ecologistas. ¡Equilicúa!

La pretendida identidad entre los programas, por tanto, salta por los aires y decae por su propio peso. Dichas palabras, sin embargo, deben entenderse como una forma de hablar en modo subjuntivo -que diría un pedante-, es decir, un sentir deseado, no real, encuadrable dentro del derecho fundamental a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones que reconoce la Constitución.

Deseo pues que como Sancho Panza, el profesor Torres deje atrás la ínsula de Barataria -aunque no al modo cervantino- y se una al clamor que reclama que la economía se subordine a los límites del planeta y a las necesidades de todas las generaciones, pues la realidad la ha transformado en una exigencia ineludible, si queremos evitar el cambio climático y dejar un planeta habitable a nuestros hijos, a nuestros nietos y a las generaciones venideras. Hasta el próximo miércoles.