Reconozco que estoy absolutamente obsesionado con Maldito tatuaje -Bad Ink es su título original; consulten la escaleta de la cadena Energy-, el programa en que los punkrockeros Dirk Vermin y Rob Ruckus rastrean los peores tatus y ofrecen a sus poco orgullosos propietarios hacerles un cover, o sea, una nueva ilustración cutánea encima que tape con gracia la desgracia anterior. En realidad, es un reality show sobre nuestros fracasos cotidianos -amores frustrados, borracheras con final infeliz y locuras transitorias que habían usado el disfraz de simpáticas ocurrencias son los argumentos habituales de los peores tatuajes imaginables-. Pero se habla de fracasos de una manera, digamos, luminosa. Dirk y Rob son confesores empáticos, nada graves: sus clientes les cuentan las historias detrás de sus tragedias dérmicas, algunas alambicadísimas, y el dúo dinámico, generalmente tras unas risotadas contagiosas -sí, se carcajean sin disimulo de las cagadas ajenas-, consigue que la vergüenza y el ridículo sean absorbidas como la tinta por la piel. Estos señores son médicos, se lo digo, y los terapeutas más convenientes en estos tiempos en los que convivir con el fracaso debería ser una asignatura obligatoria en nuestros centros educativos.

Porque nos hemos impuesto tanto el éxito y el destacar entre la multitud, hemos conseguido ser unos máquinas de expectativas de los demás pero, sobre todo, de nosotros mismos que el tropiezo, o directamente el descalabro, es consecuencia lógica, forzosa. Y podríamos decir que hasta necesaria, para depurarnos: hasta cierto punto deberíamos afrontar el fracaso de igual forma que el creyente concibe la confesión, como una especie de purga, de limpieza para un nuevo comienzo. Dirk Vermin y Rob Ruckus no eliminan las odiosas caras de las ex, tampoco los tatuajes mal ejecutados por un amateur tras una noche de fiesta... Porque nadie las podría eliminar. Ellos tapan y esconden nuestros errores, sí -como metemos el polvo debajo de una alfombra antes de una visita de la suegra: quizás la reacción más humana de todas-, pero a partir de ellos consiguen algo positivo, algo hermoso y, sobre todo, una historia que contar y de la que reírse. Y lo logran, básicamente, quitándole gravedad a las cosas. Porque someternos a la tiranía de las expectativas y enemistarnos con el fracaso nos lleva no sólo a tomarnos demasiado en serio, sino a convertirnos en unos seres completamente aburridos sin nada que relatar de nosotros mismos. Maldito tatuaje nos recuerda lo humanísimo que es equivocarnos y lo extraño, difícil y hermoso que es el camino hacia el acierto. Aunque ese acierto esconda una serie de errores realmente grotescos, terribles y feos de narices.