Querido amigo: Hablaba contigo hace pocos días sobre mi anterior artículo (titulado Diferencias de sentido común, publicado el 14 de mayo) y discrepabas abiertamente de la bondad de las propuestas ecologistas. Tu tesis tenía como ideas centrales que los ecologistas pretendían retrotraernos a la época de los cazadores-recolectores, ser sus propuestas demasiado radicales y lanzar un mensaje incómodo para la sociedad debido a una pretendida búsqueda de culpables. Tu respuesta me dejó sorprendido y me mostró la existencia de una estrategia interesada de confusión. Es posible que falte información también he de admitirlo. Así pues, trataré de derribar este falso mensaje tomado como verdadero por muchos receptores, igual que tú.

La idea de la vuelta a la época de los cazadores-recolectores, siento decírtelo, es delirante y no merece más comentario. Es evidente, sin embargo, que no podemos continuar consumiendo recursos naturales, más allá de los que el planeta es capaz de generar, ni generando más emisiones y residuos de los que la biosfera puede procesar y reutilizar, la realidad del cambio climático lo ratifica. Ni olvidar otra variable: no consumir los recursos y el medio ambiente de las generaciones futuras. Y esto no son lentejas, como dice la expresión popular. Esto es lo que hay, nos guste o no. Hasta ahora, sin embargo, hemos actuado dejando las lentejas y comiendo lo que queríamos, ignorado la realidad más ineludible hasta convertir esta actitud en problema. Y para poner fin al problema hay que resolver la siguiente ecuación: los límites los marca la naturaleza y el hombre debe poner el sentido común.

Se plantea por tanto la cuestión de la responsabilidad derivada de la explotación económica de la naturaleza. El primer dato a tener en cuenta al respecto es que una hipotética responsabilidad por este motivo está velada por la protección que la ley proporciona a la actividad económica. En consecuencia, los efectos derivados del consumo para el planeta quedan silenciados por la confusión entre moral y derecho. Esta responsabilidad -raíz de todo comportamiento moral- unida a la capacidad moral innata del hombre, permite a éste distinguir y no coparticipar en la explotación económica de la naturaleza con su consumo, dirigiendo así la actividad económica hacia el respeto a las leyes naturales. A pesar de ello, esta capacidad está condicionada por las circunstancias socio-económicas de cada individuo.

Hay que buscar entonces una explicación política y social de esta responsabilidad, pues las visiones y actitudes individuales están condicionadas por los marcos de referencia generales que operan y organizan la sociedad, las percepciones, interpretaciones y actitudes socializadas, así como las concepciones y modelos de la realidad vigentes. No obstante, el nivel de explotación de la naturaleza que se ha alcanzado es producto de un alejamiento de la realidad y de la irreflexión.

No hay búsqueda de culpables como dices, querido amigo, se trata de concienciar a la sociedad de los problemas ecológicos en los que vivimos inmersos y su magnitud, sacándolos a luz y trayéndolos al tablero político. Como en el cuento de El rey desnudo, los ecologistas gritan la desnudez de una sociedad sólo vestida de consumo, para que abra los ojos y vea la imposibilidad de continuar con esta forma de vida depredadora y derrochadora. Quienes tienen más cincuenta años recordarán el anuncio de TV de los años 70 que alertaba de la insostenibilidad del consumo excesivo de agua, cuyo slogan decía: aunque usted pueda, España no puede. Al igual que ayer, hoy debemos recordar -ahora en clave ecológica- dicho slogan respecto al exceso de consumo de recursos naturales y sus consecuencias: aunque usted pueda, el planeta no puede. No se trata de un problema de eficiencia económica, es un problema de eficiencia ambiental y social, pues el cambio climático ha colocado al hombre frente al callejón sin salida fundamental: la insostenibilidad de una actividad económica que no observa las leyes de la naturaleza. Y yo comprendo que para muchos conciudadanos esta realidad pueda resultar incómoda al vivir en una burbuja de consumo.

En la única cuestión que estoy de acuerdo con mi amigo es en que las propuestas que hace la ecología política son radicales, entendido este término en el sentido de ir a la raíz del problema. No sea confundido el mismo con el de extremista, porque no se puede llevar a cabo dicha transformación de un día para otro, dada la magnitud de la misma. Al contrario, este viraje precisa una etapa de transición y una hoja de ruta que establezca la dirección y los tiempos de dicha evolución, para que pueda ser realizada de manera no traumática. A pesar de ello el cambio deberá tener la profundidad que los límites del planeta y los derechos de las generaciones futuras exijan y obliguen. Amigo, espero haber contribuido a resolver tus miedos y tus dudas y puedas unirte al cambio hacia el sentido común que necesitamos. Seguiremos hablando y discutiendo, pero con una cerveza delante. Hasta el próximo miércoles.