Dice Juan Belmonte, ese gran matador de toros que inmortalizó el maestro de periodistas Manuel Chaves Nogales en una biografía que redefinió el reportaje en España y que los jóvenes plumillas deberían meterse en vena, que en la lidia de los hombres y las bestias «el que para, manda». Es un aserto que refleja, tal vez, una de las realidades más profundas de la vida: la importancia de la acción es indudable, pero antes de lanzarse a una empresa superior a la fuerza de uno mismo tal vez haya que sentarse, pensar, reflexionar y luego dar el paso. «El que para, manda». A eso llevo unos días dándole vueltas y, a veces, uno ese irrepetible aforismo del siempre fértil campo de la filosofía taurina al sentir generalizado que invade al país desde hace años sobre la interminable sucesión de oportunidades perdidas que hemos vivido. En política, en economía -¡cómo ha tirado el PP cuatro años a la basura para regenerar democrática y económicamente al país, para recortar el andamiaje institucional, y ha preferido darle el navajazo a los de siempre!-, en avances sociales, etcétera... Y, como esta columna va de Justicia, pues sí, exacto, también ahí. Hace unos días les comenté que ni en las autonómicas ni en las locales los partidos llevaban ni una sola palabra de justicia en su programa. ¡A nadie le preocupa! Ahora, en las generales, veremos una vez más una retahíla grandilocuente de promesas sobre dotar de independencia al Poder Judicial, para que los jueces elijan a sus representantes y su órgano de gobierno tenga una partida presupuestaria propia de la que tirar, sin tener que mendigar sus recursos de lo que sobra de otros lados. Siempre el parche, la finta, el engaño para el poder del Estado que tal vez podría regenerar todo el paño, un servicio público que, salvo excepciones, sí ha dado la cara en esta marea de inmoralidad económica y financiera, por ejemplo en el tema de los desahucios, las cláusulas suelo o el engaño masivo de las participaciones preferentes. La justicia requiere, pero ya, de una reforma estructural, de arriba abajo, que ponga cada cosa en su sitio: necesitamos, como explicaba el vocal Álvaro Cuesta en una reciente entrevista, un Pacto de Estado por la Justicia, que siente las bases de una inversión sostenida, que prefije un rediseño del Poder Judicial, que lo dote de autonomía económica y que, de paso, evalúe y consensúe la modificación de las leyes que dotan de sentido al sistema y el mapa de los partidos judiciales. Así, tal vez, la justicia pueda recuperar algo del prestigio perdido. Pero antes hay que pararse, como mandaba Belmonte. «El que para, manda», decía el trianero. A la Justicia hace tiempo que le pilló el toro.