El que se arriesga a titular su película «Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia», como ha hecho el sueco Roy Anderson, ya sabe que no será un éxito de público. Por mi parte no se la recomiendo a nadie, pues estas cosas luego pasan factura, pero no me quedaría en paz sin autodenunciarme como espectador agradecido. Tal vez se sintiera así el jurado de Venecia que le concedió el León de Oro. Hay quien va al cine a evadirse, quien quiere pasar miedo, quien busca reír y quien prefiere el llanto a moco tendido. Todas esas prácticas son legítimas, como en la lectura, pero también lo es la de posarse en la butaca para reflexionar sobre la existencia. En este caso el anecdotario encadenado que da pie a la reflexión tiene tanta cruel verdad dentro, tanto humor de fondo y tanto arte narrativo, que el estómago del rumiante se siente gratificado al hacer sus digestiones.