La economía mejora y el paro baja pero las familias siguen pasándolas canutas para llegar a final de mes. Quizá porque hoy día tener trabajo tampoco garantiza el tener un sueldo razonable con el que cubrir las necesidades básicas. Afirmaba el otro día en una entrevista con este periódico el secretario general de CCOO en Málaga, Antonio Herrera, que la crisis ha dejado una devaluación de los sueldos de hasta el 30% en relación a 2008. Y su homóloga de UGT, Auxiliadora Jiménez, añadía al valorar los últimos datos de descenso de paro del mes de mayo que el empleo que se está generando es más precario que nunca, lo que está contribuyendo a aumentar la pobreza y la desigualdad. Cáritas acaba de recordarnos, por otro lado, que el año pasado registró un incremento del 2% de las familias que solicitaban una ayuda, superando las 92.000 intervenciones en la provincia, con los jóvenes como uno de los colectivos más afectados. Son precisamente los jóvenes los que más está sufriendo la precariedad laboral y los que presentan la tasa de paro más elevada de todo el mercado laboral, con porcentajes por encima del 50%. Dice el reelegido presidente de la Confederación de Empresarios de Málaga (CEM), Javier González de Lara, que las empresas volverán a hacer contratos estables y a jornada completa en cuanto la confianza en economía mejore. Los sindicatos no comparten esta impresión y creen que la reforma laboral del Gobierno estaba encaminada a dejar las manos libre al empresariado para instaurar un modelo de estas características. Lo que en todo caso sigue sorprendiendo (o no tanto, ya que las elecciones aprietan y de qué manera) es la euforia con la que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y toda su corte vienen vendiendo los últimos datos de caída del desempleo. Son positivos, sí, pero muy matizables. Primero, por la alta tasa de temporalidad, y segundo, porque el empleo creado al calor del verano se desintegra en cuanto acaba la temporada alta. La prueba de fuego llegará en otoño, cuando comprobemos si el mercado tira más allá del turismo. Esta misma semana, el presidente del Consejo Económico y Social (CES), Marcos Peña, enmendaba también la plana al Ejecutivo alertando del deterioro social y la desigualdad que lastran a España ante el elevado paro. «Nuestra calidad de vida responde a nuestro mercado de trabajo. Nuestro cuerpo social está dañado y eso es incontrovertible. La desigualdad es una seña de identidad de nuestra época», afirmó. Un diagnóstico impecable y una llamada, otra más, a la contención. Las estadísticas no maquillan el sufrimiento.