Gracias a un libro, que conservo como un tesoro, puedo leer y hablar con una razonable fluidez en uno de los idiomas más minoritarios del planeta: el sueco. Lo hablan unos ocho millones y medio de personas. Es una hermosa lengua con viejas raíces germano-nórdicas, estructurado por una gramática nada complicada y dotado de una musicalidad muy grata para el oído. Es el idioma de un gran pueblo y de una gran cultura. A los que esta lengua escandinava ha servido a lo largo de una historia larga y fecunda, ejemplar en muchos aspectos. El libro en el que la conocí, publicado en 1947, se titulaba Teach Yourself Swedish. Su autor fue el profesor R.J. McLean, de la Universidad de Londres. Con este libro me fue posible aprender sin profesor, como proclama su título, el idioma de los suecos. Y por supuesto sin esas ayudas técnicas que ahora tenemos y que en aquella dura época simplemente no existían. Eso sí. Tuve dos poderosísimos aliados: los programas de la radio sueca (Sveriges Radio y su «Dagens eko») y mis civilizados amigos del Reino de Suecia, de los que tanto aprendí en tiempos de oscuridad.

Empieza este muy gastado volumen con la declaración de amor de un célebre historiador norteamericano, Hendrik Willem van Loon: «Estoy aprendiendo el sueco para que cuando la guerra termine pueda visitar esa bendita tierra, de la que me encanta su estilo de democracia, basada en la educación y las buenas maneras». Lo manifestó en 1943 en su casa de Greenwich, en Conneticut, siendo el Día de Acción de Gracias. Aunque finalmente el maestro van Loon nunca pudo viajar a Suecia. Falleció el año después, en 1944, antes de la llegada de la paz.

Mi amigo Mats Björkman me acaba de enviar el último número de SK, su estupenda y ya veterana publicación. El Sydkusten, la Costa del Sur en español. Está dedicada a los suecos que viven en Andalucía y muy especialmente a los de la provincia de Málaga. También a aquellos residentes en Suecia que nos conocen, nos aprecian y sobre todo nos recuerdan con afecto. Soy uno de los amigos de toda la vida de la familia Björkman. Primero conocí a Lars Erik Björkman, un gran amigo y un gran hombre. Conocía y quería a España como pocos. Fue durante muchos años el director en la Costa del Sol de Vingresor, el más importante de los turoperadores suecos de aquella época, las décadas de los sesenta y los setenta. Cada semana sus aviones llenaban el litoral malagueño con aquellos amables primeros turistas, providenciales en muchos aspectos y cuya huella en la historia de esta parte del mundo sigue siendo un patrimonio importante.

Desgraciadamente Lars Erik ya no está con nosotros. Pero nos dejó a su estupenda familia. Entre ellos, sus hijos Mats y Ricardo, nacidos ambos en Málaga de padres suecos. Son ellos los que mantienen día a día el fuego sagrado del veterano Sydkusten y su grupo mediático, muy bien instalado en internet. Les doy las gracias a Mats y a Ricardo Björkman, amigos apasionados de España en general y de Andalucía en particular. Por ser como son. Y por poder seguir aprendiendo de ellos. Tack för allt!