Eso es lo que yo pediría a quienes pitaron al rey y al himno nacional de España durante la última final de Copa. En primer lugar coherencia porque no tiene sentido participar en una competición cuyo trofeo lleva el nombre del rey y luego silbar en la fiesta deportiva que se hace para determinar qué equipo se lo va a llevar a sus vitrinas donde, por cierto, será exhibido con legítimo orgullo. Es una flagrante contradicción. Si uno está en contra de España y de su rey no debería participar en una competición deportiva que se convoca en su nombre. Y son precisamente los dos equipos que jugaron la última final quienes más copas del rey de España tienen en sus vitrinas, el Barcelona 27 y el Athletic 23. Me parece una grave falta de coherencia y se lo deberían hacer mirar.

Lo segundo es educación. Una persona con un mínimo de educación no insulta a quien viene a su casa. Lo impiden las más elementales reglas de hospitalidad. Otra cosa, perfectamente aceptable, sería no ir al estadio para mostrar desagrado por la presencia del rey. Pero ir para insultar a alguien que viene a darte un trofeo ni es bonito ni se hace. Me da la impresión de que si los organizadores de la pitada, que los hubo, en lugar de repartir miles de silbatos hubieran recomendado a los aficionados quedarse en casa, probablemente hubieran recibido ellos los insultos y la sonora pitada. Alguno incluso podría haberles hecho la «peseta» (en tiempos del euro) e irse así habituando a lo que les espera si se cumplieran sus sueños de independencia.

En tercer lugar, hay quien aduce como eximente que fueron miles los que insultaban y en mi opinión ello no disminuye la gravedad de lo ocurrido. Miles no actúan unidos por inspiración divina sino que lo hacen cuando alguien los anima o los manipula para que piten al mismo tiempo. Esto de regalar silbatos en la puerta del Camp Nou me recuerda a las manifestaciones «espontáneas» organizadas a base de autocares y bocadillos que se hacían en tiempos felizmente pasados y que algunos reeditan aunque con más imaginación porque hay gente que no cambia y que como Lampedusa simulan cambiarlo todo para que todo siga igual. ¿Quién ha pagado esos silbatos, quién los repartía? Es muy fácil averiguarlo. Otra cosa es taparse los ojos y no querer ver que lo ocurrido es consecuencia de un problema preexistente que necesita ser enfrentado y que nada tiene que ver con el fútbol.

Una cuarta reflexión: algunos dicen que la pitada entra dentro del ejercicio del legítimo derecho de libertad de expresión, que yo defiendo a tope hasta las mismas caricaturas de Mahoma por mucho que ofendan a algunos. Pero la libertad de expresión no es ilimitada, no puede ir contra la ley y esto es algo que sucede en todo el mundo: los EEUU penalizan las ofensas a la bandera y Francia castiga los insultos a La marsellesa. Guste o no, lo acontecido en el Camp Nou es un delito. Así lo dice el artículo 490.3 del Código Penal, que reproduzco a continuación para los que tengan dudas: «El que calumniare o injuriase al rey... en el ejercicio de sus funciones o con motivo u ocasión de éstas, será castigado con...» y no cabe duda de que el rey estaba en el estadio «en el ejercicio de sus funciones». Por su parte, el artículo 543 se refiere a «ofensas... a los símbolos o emblemas» de España y de sus comunidades autónomas. A mí lo que me gustaría es que hubiera más educación y respeto por los demás y que no fueran los jueces sino la propia Federación Española de Fútbol la que resolviera estos casos, aunque el actual escándalo de la FIFA no permita albergar excesivas esperanzas.

En quinto lugar, no se puede aceptar como normal lo que no lo es porque esa es una pendiente muy resbaladiza que no se sabe dónde acaba, como bien decía Bertold Brecht en su famoso poema. Los nacionalistas, tan celosos de sus símbolos, tienen que aprender a respetar los de los demás... que en este caso también es el suyo, les guste o no. Al fin y al cabo nuestro himno nacional es bastante neutro pues al no tener letra evita las cursiladas patrioteras y trasnochadas tan frecuentes en otros inspirados en los nacionalismos del siglo XIX que hoy sonroja escuchar.

Finalmente se puede argumentar que las sanciones -si las hay- solo servirán para dar mayor publicidad a lo ocurrido, crearán víctimas, llevarán agua al molino de los silbadores y que por eso es mejor no hacer nada y olvidar la pitada. Pero las leyes están para cumplirlas porque nos protegen a todos y no hacerlo beneficia a los matones y perjudica a los más débiles, es interpretado como flaqueza y solo augura mayores desafíos en el futuro. Hay que defender a la mayoría pacífica de las minorías violentas. Los ingleses llevan años custodiando la embajada de Ecuador en Londres para impedir que salga Julian Assange, cuya extradición ha pedido Suecia por un caso de violación y no se plantean si eso va a gustar o no a los muchos seguidores que tiene en el mundo. Hay una ley y se limitan a aplicarla. Es lo que hace un estado fuerte. La ley se aplica y al que no le guste que beba agua. O txakolí... o cava, lo que más le guste.