Podemos y Ciudadanos son dos partidos a estrenar. No han sido llevados a la práctica. Albert Rivera se ha adelantado a Pablo Iglesias, al aterrizar desde el cielo de las ilusiones. Los pactos ambidextros de la formación catalana en Madrid y Andalucía han desatado las iras de los emboscados del bipartidismo, en sus tendencias bífidas. Oídas las partes, y sobre todo identificadas, cabe disentir para felicitar al único político español que toma decisiones, frente a la parálisis permanente de Rajoy, Sánchez o el propio Iglesias. El líder de Ciudadanos no toma el poder, toma el contrapoder. Al más puro estilo Mourinho, se reserva el veto de las iniciativas de Gobierno ajenas, sin embarrarse en la gestión.

Quienes le censuran no ofrecen alternativa, más allá de insinuarle que debiera apoyar a la fuerza trasnochada que ellos postulan, se llame PP o PSOE.

En la decisión salomónica de Rivera hay tanta necesidad como virtud. Ciudadanos ha sido el vértice del cuatripartito en ciernes más rezagado en las autonómicas y municipales. La imagen de báculo del PP le ha dañado electoralmente, por lo que en realidad asiente en Madrid para permitirse en Andalucía un respaldo a la izquierda visado y aprobado por Rajoy. Bajar a la arena implica valentía, pero el primer candidato catalán a La Moncloa tras el fracaso estrepitoso de Miquel Roca deberá demostrar que Ciudadanos controla a los populares y no viceversa.

Obligar a dimitir a Lucía Figar, digitada para sustituir a Wert en Cultura, es un rasgo de contrapoder inimaginable cuando el PP pastoreaba la derecha en solitario.

Rivera ha elegido un desfiladero para zafarse de una situación endiablada. Lo asaetean desde ambas márgenes, pero mantiene la ventaja de su encanto personal frente al hosco Rajoy, confiado en que aumentar la dosis de tinte para el cabello salvará su renovación. Sin embargo, la simétrica decisión de Ciudadanos cuenta con un precedente alarmante. En las autonómicas y municipales de 1987, el CDS de Adolfo Suárez se limitó a favorecer a la lista más votada a derecha e izquierda, sin contragobernar. Por tanto, fue descartado como un partido inútil a la primera ocasión.