Cuando uno tiene razón, hay que ser honesto y dársela. Y el PP tenía razón hasta que llegó la sinrazón de algunos de sus alcaldes durante las negociaciones postelectorales. Tras el correctivo de las pasadas elecciones andaluzas y con el serio aviso un año antes en las europeas, en el Partido Popular de Málaga y hasta de Santiago de Compostela hicieron una lectura demasiado ligera de que en las elecciones municipales todo sería diferente. El 24 de mayo se vota a las personas, fue la cantinela de campaña y la estrategia de marketing donde Paco, Pedro o Ángeles copaban los carteles electorales a los que había que mirar con detenimiento para encontrar el logo del PP. El partido, sus mandos, confiaban a ciegas en el poder municipal de Paco, de Pedro, de Ángeles, de Ángel, de Alberto..., pero desconocían cómo habían tratado a los grupos de la oposición o cómo era de real y de cercana su relación con los habitantes de esos municipios más allá de los paseos encorbatados de treinta minutos para inaugurar una fuente o una rotonda, que diría mi estimado José María de Loma. Se mostraban más o menos seguros de que la gestión de sus alcaldes (brillantes en algunos casos); de su trato directo con la ciudadanía, decían; o que en las municipales se votaba a las personas les daría suficiente aire para mantener por los pelos las mayorías absolutas o abrir nuevos escenarios con amplias mayorías simples donde les fuera fácil establecer alianzas.

Y tenían razón en el PP. La clave eran las personas, pero no calibraron qué tipo de personas. Sus alcaldes han sido decisivos para perder un buen numero de alcaldías en la provincia de Málaga, por media Andalucía y en casi toda España. Catorce de las treinta y cuatro grandes ciudades que tenían han pasado a otras manos gracias a pactos naturales, antinaturales..., pero sobre todo a acuerdos sellados contra la soberbia y la arrogancia de algunos a los que ya les llega demasiado tarde eso de aprender que corren nuevos tiempos en la política. Primero perdieron miles de votos en las urnas y luego las alcaldías en las mesas de negociación a la que acudieron con los mismos tics y hábitos de tiempos pasados como si en España en estos últimos cuatro años no hubiera pasado nada.

Más allá de las tesis de Juanma Moreno de que el PP es un «partido que gestiona bien, pero que no emociona» o que es un partido que durante cuatro años se ha dedicado a la economía y no a la política, los populares han sufrido en sus carnes la traición de sus principales alcaldes que no han querido dar un paso atrás para facilitar alianzas o acuerdos de gobierno que les hubiera permitido, quizás, a otro candidato popular mantener la alcaldía. Ellos eran el problema (desconozco si lo tenían interiorizado) y han preferido morir matando sin saber que en España solo hubo un Rodrigo Díaz de Vivar. Cuando uno es un cadáver político tiene difícil resucitar al tercer día, por muy alcalde de su pueblo que se considere cuando se mira al espejo. Es tal identificación que tienen con el cargo que han preferido entregar la vara de mando, principalmente al PSOE, antes que renunciar a una alcaldía aún sabiendo de que la perderían en las votaciones de ayer. En este viaje desesperado han traicionado incluso uno de los principios más sagrados del PP: el del gobierno de la lista más votada. Ni ellos han cumplido con sus propias palabras.

El ejemplo de todos los ejemplos se llama Rita Barberá o Pedro Fernández Montes, alcalde casi vitalicio de Torremolinos y que siendo, además, presidente honorífico del PP en Málaga no ha tenido la generosidad de hacer la maleta para dar paso a Margarita del Cid o a otro candidato de su lista. Creyó que todo se solucionaba firmando un papelito pidiendo perdón por los exabruptos lanzados durante la campaña electoral contra la candidata de Ciudadanos. Ese es el problema. No ha entendido nada y, encima, maldice a la dirección provincial de su partido por intentar plantear una alternativa con otro candidato para mantener la alcaldía.

Serán muchos los que atribuyan esta fuga de alcaldías a Elías Bendodo, pero los que están en política saben de la dificultad de convencer a un cargo con amplia trayectoria en su partido para que abandone su puesto por exigencias del guión. Susana Díaz lo ha experimentado con Chaves y Griñán, que se han negado a dejar sus escaños pese a las exigencias de los otros partidos para apoyar su investidura como presidenta de la Junta de Andalucía.

La debacle ha sido monumental. Cayó Marbella donde Ángeles Muñoz pagó sus pésimas relaciones con Rafael Piña, de OSP. Le siguió Vélez, donde Marcelino Méndez esperaba con ganas el envite de Delgado Bonilla; luego vino Rincón de la Victoria, donde Francisco Salado fue incapaz de entablar ningún puente con otro partido que no fuera Ciudadanos... Sólo Paloma García Gálvez, que también fue despojada de la alcaldía, ofreció su cabeza para alcanzar un pacto que dejara en manos del PP la alcaldía de Benalmádena. Y en Ronda, Mari Paz Fernández gobernará en una minoría inestable ante la incapacidad de negociar con generosidad un pacto más allá de ofrecerle al PA la concejalía que lleva el cementerio. O Mijas, donde Ángel Nozal entendió en el pitido final del partido que la alcaldía estaba perdida y accedió al calvario de que la fuerza más votada facilitara la vara de mando a Ciudadanos, que buscaba un ayuntamiento de primer orden donde experimentar su gestión pública. La recompensa le llegará al PP por el posible apoyo de la formación de Albert Rivera en la Diputación de Málaga.

Tenía razón el PP. En las municipales deciden las personas sobre las siglas, lo que no sabían del todo era qué clase de personas tenían en sus filas cuando la exigencia era máxima.